Es
tiempo de legado. Un Presidente americano tiene un tope de dos mandatos, ocho
años. El primer mandato gira siempre en torno a la situación nacional:
seguridad, bienestar, acción económica… y una cadena tensa en cuestiones
internacionales. Un primer mandato no permite creatividad ni pasos en falso, si
lo que persigues es llegar a ganar el segundo.
Pero el
segundo mandato es el que buscan los Presidentes para dejar recuerdo, memoria,
legado en definitiva.
Nixon
fue tan efectivo en su primer mandato que ganó en 49 de los 50 estados en la relección.
El segundo quedará como Watergate. Reagan en el primero impuso mano dura en la
huelga de controladores, aplicó la política económica conocida como Reaganomics
basada en un liberalismo casi de libro y bajada de impuestos. Intervino en
Granada y se anduvo con mucho ojo a la hora de eternizarse en una lucha en el
Líbano. Su segundo mandato quedó marcado por el fin de la guerra fría, el
bombardeo de Libia y, sin que le marcase excesivamente, Iran – Contra, pero si
acabas con el comunismo, luchas contra el crack y consigues la auto-inmolación
de un oficial de los Marines… bueno, ya tienes un legado.
Y…
bueno, Clinton es un caso aparte.
Si
lo piensan Kennedy es más mito que hechos, Carter o Bush padre no pasaron el
examen del primer mandato, lo que suena a fracaso, y Bush hijo dejó muy marcado
un legado. Yes que lo que intentas hacer en el segundo mandato te puede salir
bien o muy mal (muy bien es raro).
Obama
lleva meses haciendo movimientos para centrar su segundo mandato en la
orientación que le lleve a la posteridad. Durante sus dos primeros años intentó
mantener una línea firme, casi inexpugnable. Pero si los dos primeros años
tuvieron un efecto no deseado y esto le obligó a ser más conciliador, este
segundo mandato, dado que ya no tendrá que ser elegido de nuevo, le abre un
campo enorme; control de armas (sólo hablan de restricciones aquellos que no
tienen ninguna elección que perder), seguridad social, inmigración, orden mundial… agenda
demócrata en estado puro.
A la
sustitución de Geithner por Lew, de Clinton por Kerry y de Panetta por Hagel les
ha seguido la dimisión de Donilon y ha puesto a la hasta ahora Embajadora ante
Naciones Unidas, Susan Rice, como Asesora de Seguridad Nacional y, en su
sustitución en la ONU, a Samantha Power.
El ASN
es quién recoge la información militar y de inteligencia y asesora al
Presidente en los pasos a dar ante una situación que afecte a la seguridad
nacional. El puesto lo han tenido Kissinger, Pointdexter, Carlucci, Powell, otra
Rice, Condoleezza o el general Jones. Nombrar a Rice y Power en ambos cargos implica
buscar rebajar la tensión, como si ahora quisiera mostrar por qué hace cuatro
años le dieron el Nobel de la Paz.
Pero Rice
fue la embajadora ante las Naciones Unidas que actuó poco menos que como Ángel
Acebes (otro legado a estudiar) ante los ataques en Benghazi que costaron la
vida al embajador americano en Libia Christopher Stevens, a un oficial de
información y a dos Navy Seals. No sé si lo hizo por falta de información, por
disponer de información poco veraz o por no soliviantar la situación. Si es
cualquiera de los dos primeros, regular, porque te muestras o ignorante o incauta.
Si es por lo segundo, peor, porque muestras flanco a alguien que te va a volver
a atacar. Cualquiera de las tres, demasiado locuaz. Esto, presumiblemente, le
costó la Secretaría de Estado. No voy a cuestionar su capacidad, porque el
cargo tiene aspectos que me quedan muy lejos, pero sí sé que el cargo requiere
cautela, discreción, párrafo corto y mucha, mucha capacidad de evaluación. Si
Obama la ha elegido es porque vale y porque cree firmemente que responderá a
las expectativas que requiere su legado.
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