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lunes, 15 de agosto de 2011

Imperativos en Londres, Bruselas y Madrid (La nueva ruta del bacalao)

Leo en El Mundo: “Tres meses de indignación”
Y voy y me pongo loca.

Bertrand Russel reconocía no encontrar el camino para aplicar a la definición de lo que era el bien los criterios que utilizaba para definir lo que era verdad. Ésa, creo, es la gran vía de agua que desequilibra la civilización moderna. Kant, que fue el primero en poner las lindes de hasta dónde y cómo podía llegar el conocimiento verdadero en la Crítica de la razón pura no pudo encontrar en la Crítica de la razón práctica otro fundamento para asentar el bien que el imperativo categórico, es decir: la ley moral grabada en el corazón del hombre. Contaba Kant que cuando hablaba con su criado, para que éste le entendiera, accedía a decirle que el imperativo categórico no era otra cosa que los mandamientos de la ley divina. Aún cuando bien sabía Kant la diferencia, en aquel momento todavía la religión servía de soporte a la ley moral en el corazón del hombre.

El cristianismo había incubado la modernidad. La religión natural se acomodaba bastante bien con la razón objetiva. Descartes, Newton y el propio Kant eran hombres religiosos que creían poder compatibilizar su fe con la nueva ciencia en el marco de una racionalidad que incluía a Dios sin que el edificio se tambalease. Seguramente no pudieron intuir el futuro.

Gandules crecidos a golpe de cheques regalo (Sostres dixit) Síndrome de Williams en la Puerta del Sol. Imperativo categórico entre los indignados… ¿o será hipotético?

6 comentarios:

Mr. Chan dijo...

Hemos de inferir pues, Ms Tasmania, que la acción provocada por un imperativo hipotético es, en términos generales, algo no deseable; exceptuando aquellas situaciones en las que, por miedo, actuamos para salvar la vida o cualquier otra coyuntura grave que lo requiera. Y es el imperativo categórico el que nos impele, por convicción, a defender mediante nuestros actos o ideas aquello que consideramos primordial.

Es probable que la pandilla de integrantes de la ruta del bacalao -buena descripción- hayan actuado, en su origen, empujados por un I.H. generado por su miedo a un futuro sin las comodidades que incluye vivir bajo el ala de papi y mami, -los actos vandálicos de Londres parecen fortalecer esta teoría-. Sin embargo, han colocado en el tablero de juego una serie de piezas (joder menudo jardín) que han llevado a un sector de la población a arrostrar un I.C. que estalla en nuestras jetas y genera un "NO" rotundo  a la corrupción, la usura, el adocenamiento  y el pastoreo político.

Tomaba una copa con unos amigos en casa hace unos días -ninguno sospechoso de buenismo- y todos coincidíamos en la necesidad de un cambio profundo en la organización del estado.

Tasmania dijo...

Oh vaya Mr. Chan, no sabía que en la China mandarina enseñaran -y tan bien- a Kant.

Pero tengo curiosidad... es usted de la China maoísta, la imperial o tal vez de los tiempos de la guerra del opio...

Mr. Chan dijo...

Es mucho más simple Tasmania... Del bazar que hay al doblar la esquina.

churruca dijo...

Mr. Chan. Créame que estoy convencido de que necesitamos un cambio profundo en la administración del estado. Posiblemente tengamos que darle la vuelta como a un calcetín. De lo que no estoy nada seguro -vamos, estoy seguro de que no- es de que los indigandos que en diferentes versiones pueblan esa ruta del bacalao que dice la querida Tasmania se presten a colaborar en ello.

Porque donde usted y yo, y cualquiera con dos dedos de frente me atrevo a aventurar, ve la urgente, vital diría, necesidad de adecuar nuestros estados a nuestras posibilidades económicas, lo que estos reformadores persiguen es ahondar en los errores que nos han conducido hasta esta catastrófica situación en la que nos encontramos.

Estos indigandos no quieren que el estado gaste menos y racionalice el gasto; dedicando más dinero a los servicios básicos y menos a aquellos que los ciudadadnos puedan atender por sí mismos; recortando drásticamente, o directamente suprimiendo, el gasto supérfluo; reorganizándose para resultar más eficiente: ellos quieren que el estado gaste más en ellos mismos.

En realidad los indignados no pretenden ser el motor de un cambio que nos permita tener estados viables económicamente sino todo lo contrario: actuar como freno a este cambio. Quieren que todo continue como era antes de que se descubriera el engaño. Es más, quieren que se profundice en las conductas que nos han llevado a la quiebra.

Lo que hemos perdido en corrupción política, con ser mucho, es un chiste comparado con el coste de un estado hipertrofiado y absolutamente ineficiente, al que estos indignados quieren añadirle nuevas funcionalidades para conseguir que del paritorio a la morgue se les garantice una existencia placentera y sin sobresaltos.

No cuenten con ellos para su reforma.

En cuanto a la naturaleza del imperativo que les mueve, yo diría que ni categórico ni hipotético: autocomplaciente.

Mr. Chan dijo...

Cierto Churruca, lo único que persigue esta peña es asegurar su futuro, sin dar un palo al agua y el coste les trae al pairo. 

Pero a pesar de no compartir la esencia de sus fines en absoluto, creo que tienen un mérito y es haber precipitado un debate -que antes o después habría de producirse- necesario y urgente.

Louella Parsons dijo...

De acuerdo en que es necesario el cambio y que esta ruta del bacalao formada ya a estas alturas por antisistemas y jetas (nunca vistos en la lucha contra ETA) ha despertado algo a la sociedad y a los políticos de su letargo y comodidad (veremos en qué queda).

Pero lo que sí ha quedado claro es que en este país, para conseguir algo, hay que armar follón incumpliendo la ley, desafiando a la autoridad, siendo joven, de izquierdas, anárquico, feminista, ecologista, tercermundista....
Si no es así, pierdan toda esperanza de que sus pretensiones sean ni siquiera consideradas.

Si los terroristas presiden instituciones y gobiernan municipios, si los indignados incumplen la ley con total impunidad y son defendidos desde el gobierno del Estado y prensa afín....¿dónde han quedado los imperativos categóricos, dónde la verdad?