Pero es que son
cosas distintas, ¿no? Una cosa es que el Gobierno o el Partido Popular no esté
explicándose o no tenga un mensaje (ayer una becaria alemana, Janinna Ruth dejó
a cuadros a Floriano en un curso de verano de la Complutense al preguntarle por
el caso Bárcenas y a lo que Floriano contesto como el chaval del anuncio de
Aquarius). Otra que lo que pueda estar diciendo Cospedal no quiera ser
escuchado porque no tiene materia de escándalo. Otra que Elena Valenciano exija
y emplace al Gobierno a dar explicaciones. Otra que el diputado de Amaiur,
Rafael Larreina, se erija como auditor y concluya que los papeles de Bárcenas
emiten corrupción por los cuatro costados… y un no acabar.
Pero lo que es
distinto a todos es que desde el año 1978 no existe un marco legal que deje a
los ciudadanos con cierta tranquilidad a la hora de saber que los políticos van
comportarse correctamente. Y volvemos a lo de siempre; los diputados hacen las
leyes, incluso las leyes que les afectan y levantarse ahora de una mesa en
señal de digna protesta cuando lo que está en esa mesa es legislar para que no
haya otro Bárcenas es, a falta de una palabra mejor, infantil. Es decir; prefieren dejar pendiente el futuro por la
rabieta del presente.
Seguro que no es el
mejor proyecto de ley, pero se debe aprobar, hacerla ley y seguir. Habrá gente
que se la salte y sea cazada o gente que aproveche el hueco legal y tendrán que
volver a sentarse a pulirla, pero si no se sientan hoy, este momento no hará
más que no llegar.
Y no siquiera nadie
ha protestado por lo pomposo y pretencioso del nombre del proyecto de ley. Esto
sí hubiera mostrado criterio.
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