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jueves, 13 de octubre de 2011

Doctorando

Una tesis no es un ensayo, no es un texto digerible, no pretende ser una obra innovadora o excitante. Una tesis no se publica como un libro, por lo menos si se pretende que los posibles compradores lo compren y los potenciales lectores lo lean. Las tesis se hacen para cumplir un anacrónico requisito académico, deben atenerse a los caprichos o intereses del director, no chocar con las manías de los miembros del tribunal, no dejar de cumplir ninguna de las ridículas normas tradicionales sobre marco teórico, estado de la cuestión, metodología, hipótesis, investigación, verificación, conclusiones... El resultado es patético: años de trabajo voluntarioso de los doctorandos producen textos espeluznantes, cuya única utilidad es permitir que el susodicho acceda, al cabo de un tiempo prudencial, al grado de funcionario vitalicio que le permitirá aplicar el mismo método tortuoso a los candidatos futuros, a integrarse en esa clase reproductiva del saber académico. En el mejor de los casos, el inmovilismo funcionarial y las limitaciones presupuestarias actuales impiden que se mantenga el flujo de la reproducción ampliada. Soy consciente de que no todas las tesis son intelectualmente innecesarias, ni todos los directores unos burócratas del saber pasteurizado. Las hay innovadoras, brillantes, que asumen como una carga superflua o sobreañadida al formato "tesis" y que los autores convierten con cierta facilidad en algo estimulante para que la gente normal e interesada pueda leerlo con provecho. Hay directores que apoyan estos proyectos y dan pistas, aunque raramente cuestionan el absurdo artefacto formal que debe envolverlos. Pero también hay tesis peores que las tesis, amasijos de lecturas mal entendidas, de datos confusos, de redacciones que agreden el sentido común y de conclusiones arbitrarias, precipitadas o simplemente obvias. Las tesis, en resumen, si se me permite una afirmación general, injusta para unos cuantos pero, a pesar de todo, me temo que bastante cierta, son la banalización misma de la cultura académica. Un amigo está doctorando. Discutimos sobre el asunto. Es la segunda vez que alguien pretende liarme. Cuando les digo lo anterior, se vencen.

6 comentarios:

Noumenadas dijo...

Creo que, incluso te quedas corta en tu magnífica apreciación del temita, querida Tasmania. De todas formas, es de agradecer que "te atrevas" a tocar algo tan "tabú" en esta sociedad globalizada por el quinceme, como lo de las teledirigidas, manipuladas y generalmente mediocres y abstrusamente inanes "tesis doctorales". Que se producen en Apaña como los ácaros en estos tiempos falsamente otoñales, que todo hay que decirlo.

Yo, si me lo permites, lo diré de forma más contundente, haciendo honor a la fama que me precede:

Las tesis son la manera más fascista que tiene ese reino mierdeval de taifas llamado "Universidad" para hacer valer "su" derecho de pernada sobre cuanto doctorando aspire a perpetuar la ignominia de trincar de por vida por todo el morro, tomándole el pelo a cuantos incautos se creen lo que inquiere el pensamiento único del telediario.

Eso sí. Hay que reconocerlo abiertamente: en estos oprobiosos tiempos de marcos de Lakoff, en que proliferan no solo los ácaros de la mugre progre, sino los tranvías, autovías, aves, aeropuertos, metros de chichimona, universidades catetas y pueblerinas y demás justificaciones de comilonas bullímicas... ¡no te veas lo bien que viene tener una cartera de doctorandos pensando en invitar a los cinco amañaos de turno, en el peazo restaurante de la zona, amén del viajito en avión y otros sobeos en especie o no!

Lo de la Universidad merecería un telediario entero todos los días, si este no fuera el país de las cedenillas, claro.

Louella Parsons dijo...

Querida Tasmania:
me deja usted atónita. No tenía ni idea de que esto de las tesis fuera tal y como lo cuenta.
Leyendo su texto, cualquiera se desanimaría a emprender un doctorado.
Me pregunto si los sobresalientes cum laude que se otorgan a las tesis son también parte del protocolo para pasar el trámite.

José Antonio del Pozo dijo...

yo creo, Tasmania, que Juante lo explica muy bien, y en lo que yo conozco coincido contigo: una buena parte de ellas son requisitos burocráticos, absurdos e intragables ritos de paso repletos de rutinas, mecanismo de endogámico control de los sabios.
saludos

Tasmania dijo...

Se vencen querida Ms. Parsons, se vencen...
Gracias por su solidaridad queridos... es una mierda, hablando mal y pronto, una mierda de la que no voy a participar.

Por suerte soy mayorcita para dejarme llevar por el asunto cuando tan, tan claro lo tengo

Noumenadas dijo...

Estamos juntos en eso, Tasmania.

Muchas gracias, José Antonio. Otro saludo para ti.

Por desgracia, la gente está al margen de estas cosas. Estamos hablando de la cúspide de la pirámide educativa, donde la corrupción institucional y moral campan por sus respetos. Es un "o lo tomas o lo dejas", como bien dice Taz. Pero se trata de una rémora del pasado más clasista y estamental de la especie humana, de un baldón infame, de una reminiscencia medieval denigrante, que se pone siempre de coartada para que una élite de abyectos consumen sus salvajes despropósitos. Al contrario de lo que hacen creer en los telediarios, cada vez que piden opinión a alguien sobre lo que sea, se trata de un estadio infectado de mediocridad, un principio de Peter consustancial al engendro, que no es ninguna broma.

Por desgracia no habrá un Punset, un Vicente Romero o un Gabilondo que trate un tema tan espinoso. Por desgracia, los que tienen que callar, mueven los hilos de la Aneca (agencia que funciona como comisariado "ad hoc") y de la configuración de tribunales. Pero mejor será no seguir hablando, para no revivir malos pensamientos.

Saludos a todos.

Artanis dijo...

Desde mi desconocimiento de los rudimentos que componen el pavimento de la vía académica de la Universidad española (efectivamente, el viejo chiste, “la sabiduría me persigue, pero etc, etc…”) mas con la situación de personas en mi entorno que tienen la losa del doctorado como imprescindible para lograr ciertas metas laborales y sociales, no puedo sino lamentar que algo que debiera estar encurtido en el orgullo, la exhibición del propio talento y la erudición sobre obra ajena se quede en plumbeo deber, mísera costumbre, espeso trámite…