Podría, como cada mañana, salir de mi casa para, ahora que es invierno y en Galicia hay esa luz tan increíble, que se cuela entre niebla y lluvia, una luz ténue, azul, triste, que nunca hiere... y hace esa temperatura tan dulce, podría, digo, salir de mi casa para dirigirme a un bar -al bar de Pepe, tal vez, en la calle Irmandiños- y pedir un café. En Vigo no te dan un buen café en ningún sitio, el del bar de Pepe es... aceptable. y, como hacía hace años, llevada por algún tipo de urgencia histórica que hoy no consigo explicarme -o no fácilmente- leer, uno detrás de otro, seis o siete periódicos para informarme no sé exactamente de qué, porque noto que con los años mi interés disminuye y más bien noto el aliento de la fatiga, una cierta necesidad de que mi cabeza no se sature.
Si los leyese, si leyese los periódicos del país, me encontraría con versiones muy similares de los mismos sucesos, con una organización del caos de cada día muy afín, muy parecida bajo diferentes rúbricas. Aunque rara vez somos conscientes, la lectura de prensa es, sobre todo, un hábito. Un hábito que, como todos los hábitos, necesita aprenderse, instalarse en la normalidad de unos actos reflejos hasta que esos actos nos parezcan algo natural, una expresión del orden mismo del mundo.
Y el lector del Faro de Vigo, o de La Voz de Galicia, o del Mundo o el País, en algún momento de su vida aprendió a discernir en qué página estaba aquella sección y cuales eran las secciones y como apurar la lectura de lo que a él le interesaba. Ese lector aprendió también a identificarse con un espacio imaginario, o delimitado por esos otros seres que, como él, leen esos periódicos cada mañana y comparten de ese modo un mundo.
Así que a ese lector le da una gran confianza saber que eso es así, porque así puede compartir las conversaciones y estar seguro de lo que es importante y lo que no, lo que sólo merece letra pequeña y todo eso, aunque ya me estoy enredando con contenidos y análisis, con campos semánticos y connotaciones del discurso, con la semiótica y todo eso... y no, no quiero. No tengo la cabeza para más ruidos.