Freud, pesimista, escribió al final de su vida, en El malestar en la cultura, que el camino de la satisfacción permanente era una vía sin salida. Acercándose a Schopenhauer y al budismo, proponía la renuncia a la satisfacción como la actitud sabia sobre la que se habían levantado las culturas. La felicidad es, según esta filosofía, el momento fugaz que acompaña la satisfacción de las pulsiones. Un momento efímero, pronto ahogado por la desazón de nuevos deseos.
Más de ochenta años después la civilización se mueve en las antípodas de semejante filosofía. Es el imperativo de la felicidad.
lunes, 8 de octubre de 2012
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
1 comentario:
¡Cuánta razón, Doña Tasmania!
Y además, las pulsiones (los sentimientos) quieren regularlas con instrumentos jurídicos: se "sienten" una nación y quieren que el Tió les traiga una, con su constitucioncita y sus trataditos de la UE hechos a la medida...
Publicar un comentario