Por algo decía Nietzche que la risa era uno de los últimos refugios del hombre libre frente a la tiranía y que, aún en las épocas más trágicas, es una de las armas más temibles que pueda emplearse. Una risa que relaja a las personas en tensión, mantiene activos los reflejos y desinhibe. Algo muy apreciable en muchos de los discursos políticos, preferentemente americanos, conscientes de que la risa sigue siendo si no la más, una de las fórmulas de comunicación más eficaz y directa.

La utilización del humor como instrumento propagandístico y arma política la encontramos, también, en tebeos y cómics, desde las historias del semanario infantil
Flechas y Pelayos, durante la guerra civil española, hasta revistas como
El Papus, Hermano Lobo o las historietas de
Martínez, el facha, durante la transición.
Pero sin duda, el mejor ejemplo del empleo del humor como arma corrosiva, fue la película
El Gran Dictador, de Charlie Chaplin, en la que incluso referencias a los personajes del país imaginario de "Tomeinia" son muy similares a las de la realidad. Una pieza que abriría el camino hacia la utilización de la risa como herramienta contra el nazismo, presente luego en cintas como
Ser o no ser, de Lubitsch o
La vida es bella, de Benigni.
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