En un breve ensayo titulado “Hombres Eminentes que he conocido”, Bertrand Russell recuerda algunas anécdotas y encuentros con personajes destacados. Uno de ellos es el Primer Ministro británico William Gladstone...
 |
William Gladstone (1809 - 1898). Primer Ministro de Reino Unido desde 1892 a 1894 |
Russell provenía de una prominente familia aristocrática y uno de sus abuelos fue, él mismo, Primer Ministro, llegando a conocer -incluyendo a su propio antepasado y a lo largo de su muy activa vida- a siete personas que ocuparon ese cargo. Gladstone le causó tal impresión que, en el citado ensayo, afirma que el otro hombre público al que podría poner a un nivel igual en cuanto a “impresionante” sería Lenin, quién en persona, le causó un terror menos reverencial, más...pragmático, digamos.
Bertrand Russell aclara que “Mr. Gladstone era el Victorianismo corporeizado; Lenin, las fórmulas marxistas corporeizadas. Ninguno de los dos era del todo humano, pero ambos tenían el poder de una fuerza natural.
Mr. Gladstone, en la vida privada dominaba por el poder de su mirada, que era rápida y penetrante y calculada para inspirar terror. Uno sentía, como un chiquillo en presencia de un maestro de la época antigua, un constante impulso de decir “Por favor, señor, no fui yo.”
Pero si traigo estas líneas a colación se debe, en concreto, a esto que sigue, escrito por uno de los filósofos determinantes del S. XX.
“La experiencia más aterradora de mi vida está relacionada con Mr. Gladstone. Cuando yo tenía diecisiete años y era un joven sumamente tímido y torpe, él vino a casa de mi familia para pasar un fin de semana. Yo era el único “hombre” de la casa, y después de la cena, cuando las damas se retiraron quedé tête-a-tête con el ogro. Estaba demasiado petrificado para llevar a cabo mis funciones de anfitrión y él no hizo nada para ayudarme. Permanecimos sentados en silencio durante largo tiempo; por fin, con su atronadora voz de bajo, condescendió a pronunciar su primera y única frase:; “Es un buen oporto, este que me has dado, pero ¿por qué me lo sirven en una copa de clarete?”
Desde entonces, me he visto ante plebes enfurecidas, jueces encolerizados y gobiernos hostiles, pero nunca he vuelto a sentir tanto terror como en ese candente momento.”
Es Russel quién lo dice. Su pacifismo durante la Primera Gran Guerra le llevó a la cárcel (en la Segunda, su opción sería la lucha antifascista). Fue aristócrata, polemista, mediador entre Jruschov y Kennedy (por no hablar de que estaba presente en el célebre enfrentamiento -ataque, más bien- de Wittgenstein y su atizador de chimenea contra Popper
Aquí, el duelo por Vargas Llosa) y tuvo una vida intelectualmente activa -discutible, como la de tantos- hasta su tranquila muerte a la provecta edad de 98 años.
Y aún así, en un ensayo inmortaliza el momento más personalmente atenazador de su vida. Una jugada social, un temor “de clase” a no estar al nivel requerido. ¿Puede una anécdota como ésta marcar así, con miedo y tensión, a un adolescente inteligente y capacitado? ¿O es una fría pose, una bromita intelectual de un cerebro racional y calculador?