Serafín llegó con su hijo a la desvencijada casa del Guru local, cuyos rincones habitables presentaban un aspecto humilde pero digno.
El Torero llegó al poco rato y se encaró con la joven grey, que había sido nutrida con algunos miembros de otras cuadrillas, curiosos por las cosas que contaban Pablito y sus amigos.
El hombre parecía algo azorado y Serafín lo atribuyó en un principio a su propia destacada presencia en la sala con la que subía la media de edad de aquella especie de parvulario. Pero el Torero, al ver a Serafín, le saludó efusivamente, como con alivio de encontrarse con alguien para el que la adolescencia fuese un remoto recuerdo.
Se le veía un tanto cansado cuando rompió el hielo del silencio imperante.
—A ver, chicos. ¿De qué queréis que hablemos hoy?...
El cuadro era muy curioso de ver. El Torero, sentado en una silla, al lado de una mesa camilla en la que había algunos libros y unas cuartillas escritas. Y un montoncito de chicos y chicas desparramados por la estancia, sentados en su mayoría directamente sobre la deslucida tarima o sobre un cojincillo de no muy mullido aspecto.
Tras una breve vacilación, un muchacho delgado y con la cara llena de acné soltó la primera andanada.
—¿Por qué es importante tener fe?
A serafín le pareció ver un leve gesto de fastidio en el rostro del Torero, cuando contestó al chico.
—No conozco una respuesta categórica a eso. Pero si analizamos bien la cuestión, vemos que, generalmente, tener fe o tener un creencia es un fenómeno humano de la misma índole que sus contrarios y revelan un idéntico proceso mental de apego.
»Tener fe consiste habitualmente en aceptar algo que está previamente en uno, como tendencia mental adquirida, como esquema elaborado e inducido por múltiples estímulos externos. Si aquello sobre lo que vamos o no a poner nuestra fe coincide con nuestro esquema previo, entonces lo aceptamos, proyectando en ello nuestros propios apriorismos, reforzando una sensación de seguridad hacia la que tendemos por necesidad psicológica y decidiendo que la tal cosa es verdad, o La Verdad. Decimos entonces que creemos en ello; tenemos fe. Pero veamos cómo no es la objetividad del objeto de esa fe, su realidad o su verdad, lo que está en cuestión, sino el hecho de que nos aferramos a un condicionamiento mental que preferimos ignorar. No creemos en algo, en Dios, en la Verdad, sino que más bien nos creemos a nosotros, tenemos una gran necesidad de afirmación y somos nosotros los creadores de nuestras creencias.
»El caso contrario es idéntico, pero por el proceso inverso.
»Lo que no encaja con ese esquema interior, lo rechazamos. Decimos de ello que es falso, que no creemos, que en eso no podemos tener fe. La situación de identificación con nuestro condicionamiento mental es la misma.
»No rechazamos tal o cual cosa por su evidencia de falsedad, lo que implicaría una investigación profunda y desprejuiciada de la cosa. La rechazamos en cuanto no encaja con alguno de los encasillamientos en que tenemos dividida nuestra mente. No creer algo consiste, pues, habitualmente, en creernos a nosotros mismos, nuevamente.
»Por supuesto, ese Nosotros a que me refiero corresponde a la noción superficial del Yo, que no es nunca sí mismo, sino todo lo ajeno a sí, con más relación con el exterior que con el interior. Ese es el Yo que se expresa a través de etiquetas, clichés, modos, esquemas, imitación... Y que sin embargo es capaz de mantener una ilusoria, pero no por ello menos sólida, sensación autocomplaciente de originalidad.
»Son esas etiquetas, esos esquemas, ese No-Yo auténtico, todo lo que creemos, lo que aceptamos generalmente, viviendo en el mundo de la fe superficial (o en la superficie de la fe, si queréis) y de su negación.
»En tal caso, creer o no creer es exactamente la misma cosa y no es en absoluto importante.
El Torero hizo una pausa, mirando directamente al chico que había preguntado, como para decirle que eso era lo que él pensaba y que a ver si se le ofrecía algo más o si tenía algo que objetar.
Pero el muchacho, que descansaba con la espalda apoyada en la pared, se había quedado completamente traspuesto, con la boca abierta y roncando queda y apaciblemente.
Serafín a punto estuvo de reírse abiertamente de la situación, sobre todo porque le habían parecido realmente interesantes e inteligentes las consideraciones del Torero.
Una chica de pelo lacio, con gafas redondas y aspecto lánguido en general, no paraba de tomar notas y de subrayar muchas de las palabras que transcribía al papel, ante la inquieta mirada que le echaba el Torero de vez en cuando.
Otros asistentes, entre los que se encontraba Pablito, se limitaban a poner cara de concentración y a entornar los ojos mientras balanceaban hipnótica y levemente sus cuerpos.
A estos últimos, incluyendo a su hijo, claro está, Serafín les habría soltado a gusto un pescozón, a ver si espabilaban y escuchaban como Dios manda, pues estaba seguro de que no se estaban enterando de nada de lo que decía el Torero, cuando el buen hombre estaba teniendo la evidente amabilidad de soportar a esa cuadrilla de majaderos.
Pero serafín aún tuvo ocasión de ver aumentada su simpatía por el Torero, al ver cómo capeaba el temporal de las siguientes preguntas.
Pablito, mirando de reojo a su padre, se decidió a tomar la palabra, para que su viejo viese que él también sabía proponer cuestiones interesantes, escogiendo una capciosa pregunta sobre un asunto que era un permanente litigio en su casa.
—¿Podrías aclararnos un poco el concepto de libertad?
Serafín habría jurado que Pablito pronunció la palabra “libertad” en el tono que hubiera empleado todo un Camille Desmoulins en sus primeras arengas revolucionarias.
—Es uno de los más nobles conceptos del ser humano y también uno de los más corrompidos, sobre todo por haber sido empleado por quienes la han recabado para sí, negándosela a quienes se la reclamaban a ellos.
»Por la libertad se ha luchado noblemente en ocasiones y en otras, las más, de un modo totalmente repugnante. Pero no es de ese aspecto del que quiero hablar ahora, sino de la consideración equívoca con la que suele tan fácilmente traerse a colación el concepto de libertad, sobándolo hasta hacerle perder todo significado filosófico o metafísico, para convertirlo en una simple insignia, una chapa de hojalata, un burdo emblema, un grotesco idolillo al que muchas almas de verdugo no dudan en sacrificar vidas humanas.
»Lo primero que hay que notar es que la noción de libertad implica la de un total desapego, un completo desasimiento. Uno no es libre de aquello a lo que está atado y, por extensión, no se es libre si se está amarrado, cualquiera que sea la cosa a la que uno está ligado, sea voluntaria o involuntariamente. El colmo de la incoherencia, del contrasentido, es estar aferrado a lo que suponemos o creemos que nos va a procurar la libertad, e incluso a lo que decimos experimentar que nos la proporciona.
»Insisto en ello: estar atado, sea a lo que sea, no es estar libre o ser libre; es estar atado, por muy conforme que se esté con la ligadura, que puede ser grosera o sutil. Pero no es la índole de la atadura lo que determina la sujeción, sino la atadura en sí. Es lo mismo estar apresado por cuerdas del más tosco cáñamo que por hilos de la más fina seda. Y no es menos difícil librarse de éstas ataduras que de aquellas, porque cuanto más sutiles son las esposas que nos atan las manos, más tenderemos a considerarlas pulseras. Y en el terreno de las cosas del espíritu las tomaremos como imprescindibles adornos que nos servirán para crecer.
»El ser libre es el que está libre aún de la libertad misma y se limita a ser en cada momento, en cada instante, percibiendo la relación de su interior con su exterior, pero sin identificarse nunca con lo percibido.
»Pero tal vez sea esa la dificultad suprema para ser libre y es por eso que hay tan pocos seres humanos que lo sean o lo hayan sido de verdad en toda la historia.
Pablito no paraba de echarle miraditas a Serafín, sonriendo con suficiencia. Y Serafín se sentía con ganas de atizarle un cate con el dorso de la mano, por estar desaprovechando miserablemente la oportunidad de atender a uno de los pocos inteligentes mensajes que podían oírse en un coto tan cerrado como era el pueblo.
No es que le pareciera todo lo que le oía decir al Torero como Palabra de Dios, evidentemente. Pero al menos había allí un tipo que sabía utilizar el cerebro y estaba poseído por el vicio de pensar, defecto que no tenían la mayor parte de gentes que él conocía, incluyendo algunos de sus amigos (lo que no le inducía a quererlos menos).
Fue un agradable descubrimiento el que hizo Serafín esa tarde, saber que el curioso personaje local era un hombre sensible y cultivado, que soportaba la molestia de unas reuniones en las que había sido envuelto más a su pesar que otra cosa.
Las preguntas se sucedían y la paciencia del Torero nunca se alteraba, a pesar de que algunas cuestiones fueran bastante cretinas.
La sesión terminó y cada mochuelo joven voló a su nido, despachando Serafín a Pablito para casa, porque le apetecía intercambiar impresiones con el “maestro” de su hijo.
7 comentarios:
"cuanto más sutiles son las esposas que nos atan las manos, más tenderemos a considerarlas pulseras" es una magnífica reflexión acerca de lo adecuadamente adaptables que somos a situaciones acomodaticias.
Situaciones que decoran nuestra vida, le dan cierto color y que creemos que nos definen porque son elementos que nos aportan una imagen exterior. Lógicamente acabamos dependiendo y no queremos renunciar a ella porque nos anularía nuestra definición hacia afuera. Son necesidades que tenemos, pero que tenemos porque nos las hemos creado. No voy a subirme a lo alto de un monte a propagar "el mundo material apesta y somos unos consumistas". Somos unos consumistas y el modelo no es malo.
Pero, salvo el aire, la salud, el alimento y el abrigo / cobijo, todo lo demás son necesidades que nos hemos ido creando. Más cercanas o lejanas a las necesidades reales y, por tanto, más primarias o no, pero, a fin de cuentas, dependencias forzadas.
El grado de encastramiento de esas necesidades, sobre todo las más superficiales depende, sobre todo, del miedo a perder nuestra ubicación, pero no nos planteamos si esa ubicación es la que nos corresponde o dónde realizamos una mejor actuación. ¿por qué? porque esas necesidades son nuestro mundo real y tenemos mucha más afición por lo tangible que, incluso, por aquelas ideas que son más intimas y más propias que cualquier idea o necesidad adquirida.
Efectivamente, la libertad es, en primera instancia, un bien propio al que solemos renunciar.
Pero la libertad es, también, la necesidad de elegir. Estamos obligados a elegir y si este hecho es determinante ¿somos en verdad libres?
En El corazón del hombre Fromm aborda -con acierto a mi juicio- este asunto cuando dice:
"Todos estamos determinados por el hecho de que hemos nacido humanos y, en consecuencia, por la tarea interminable de tener que elegir constantemente, tenemos que elegir los medios juntamente con los fines. No debemos confiar en que nadie nos salve, sino conocer bien el hecho de que las elecciones erróneas nos hacen incapaces de salvarnos"
Fromm va todavía más allá cuando establece la determinación de nacer humanos... si el problema de la elección es el problema de la vida entera... sólo nosotros mismos podríamos salvarnos
Si me permiten, me bajo al terreno que piso.
Doy fe de que existe ese gratificante momento en el que uno es consciente de su libertad y de cómo ésta crece cuanto menos cede al acoso.
Lo sabemos los que hemos vivido en asfixiantes ambientes nacionalistas.
Me he acordado del episodio en el que la Editorial Funambulista renunció a publicar el libro de Juan Abreu: Rebelión en Catanya.
Algún distribuidor y varios libreros amenazaron a la editorial con represalias si publicaba el libro de Abreu.
Funambulista renunció a la publicación amparándose en el insostenible argumento de instrumentalización política del libro, es decir, que no se publicaba el libro por motivos políticos o lo que es lo mismo: censura.
Abreu les contestó:
Toda esta situación es muy triste, sobre todo para ustedes. (..) Ustedes son libres de inclinarse ante el chantaje de fanáticos nacionalistas o de cualquier otro pelaje, pero yo no lo haré.
No hay forma de no salir humillado de esta acusación. Cualquier argumento que el editorialista utilizara para justificar su decisión empeoraría aún más su trágica debilidad.
Estas “pequeñas” conquistas de libertad nos permiten como compensación sucumbir a otras ataduras menos costosas y, por supuesto, completamente inofensivas.
Interesantes consideraciones. Arduo asunto. Las facetas, múltiples, de la verdad, que no es ninguna entelequia abstracta pero que se resiste a las entronizaciones en privadas hornacinas, de ahí las dificultades definitorias.
También me interesa traer hoy lo que tal vez haya pasado desapercibido, por haberlo dejado registrado en esta bitácora hace dos días, tal vez un eternidad de tiempo para la perentoriedad veloz y efímera del ciberespacio.
Es asunto de anteayer, lo sé. Mis disculpas por el flashback que viene a continuación.
(I)
Jó, me pasa lo que al conejo de Alicia. ¡Llego tarde, llego tarde!
Es que salen planteamientos aquí que son verdaderas palancas para reflexiones múltiples y consideraciones varias que, bueno, no sé si servirán para mucho, pero incitan la mar a que no se oxiden las sinapsis por falta de ejercicio.
Por ejemplo, lo de hace unos días sobre Bach y la creación musical, que para un lego como yo en lo que a fusas, corcheas y contrapuntos se refiere, es altamente instructivo, además de por las complicidades subyacentes. Se nombra a Telemann, que con un concierto de Trompetas me subyugó hasta las cartolas. A Bach, cuyo Erbarme Dich de La Pasión de San Mateo lo descubrí por vez primera (junto con la Música Masónica que les puse) en la inmensa "Il vangelo secondo Mateo" de Pasolini, también citado, amén del "Clave bien temperado" (del que recientemente he obtenido la versión canónica de Wanda Landowska), que me sirvió de no poco consuelo durante la convalecencia de un terrible accidente que tuve, que me mantuvo tres meses inmovilizado en una cama, con ambos ojos vendados, ya mero recuerdo afortunadamente muy lejano.
Y Wagner, del que no conozco demasiado pero cuya "Muerte de Sigfrido" es conmovedora.
Y la demás peña mentada, que alcanza a los rusos Tchaikowsky (no sé si lo escribo bien), Stravinsky (Su "Consagración de la Primavera" me deja patidifuso) y que yo me permito completar con uno de mis predilectos, Aram Kachaturian, que me deleita asaz.
Y hoy veo que sale a relucir Asimov, un viejo amigo y el mito del Árbol de la Ciencia de cuyas explicaciones habituales nunca me he sentido satisfecho ni identificado... hasta conocer la interpretación que de su simbología hizo el gran Lanza del Vasto y ahí me he quedado clavado para los restos, porque habla, nada más ni nada menos, que de la naturaleza humana, la de todo tiempo y lugar, no importa lo atrás que nos remontemos, no importa que lo veamos con las antiparras más modernas o futuristas, está ahí, formando parte de nuestra médula de monos desnudos con neocórtex.
¿Como os lo podría resumir, queridos amigos? Difícil es, pero ahí va un intento.
Evidentemente, el Árbol que está en medio del jardín no pertenece a ninguna clase botánica, ya que se dice que es el de "La ciencia del Bien y del Mal". O sea, el viejo TAO de dualidades polarizadas, susceptible de ser conocido por el ser humano, simbolizado por ADAM y EVA (La Humanidad y la Vida, según la nomenclatura hebrea). ¡Ojo!, sólo "ser conocido". Hacer algo más con esa Ciencia es motivo de "La Caída". ¿Por qué?
Los Libros Sagrados han sido redactados por "Profetas". Una antigua denominación de ese oficio era el de "Vates", quienes hacen "vaticinios". Y Vates se les dice también a los Poetas, vocablo tan parecido a "profetas" que alguna pista nos está siendo proporcionada.
(II)
Allan Watts sostenía que las religiones las comienzan, precisamente, los Poetas, pero que luego quedan en manos de funcionarios y legisladores y que por eso tantos templos se asemejan a tribunales, más que a otra cosa.
Es por eso por lo que creo que sólo un poeta como Lanza del Vasto fue capaz de ver las claves metafóricas que están presentes en ese magnífico relato del Génesis, acerca del cual uno de los mayores disparates que pueden cometerse es tomarlo como una narración literal de acontecimientos, obviando sus dimensión mítica, de una rango tan elevado como las figuras del Olimpo.
Lanza observó la descripción que se hace ahí de "el Mal del Hombre": "El mal del Hombre consistió en haber comido del fruto del Árbol del conocimiento del Bien y del Mal".
Observó que el concepto "Mal" figuraba al principio y al final de la frase y le pareció que era como la típica incógnita algebraica, la famosa "X", que había que "despejar" para dar con la solución. De manera que analizó los elementos de tal "ecuación", minuciosamente.
El Mal consistió en "comer". ¿Qué es "comer"? Es morder, masticar, triturar, degradar, digerir... lo que vamos a incorporarnos para hacer que no sea más eso que es el alimento y pase a ser nosotros mismos. "Comer" es, además, matar, obviamente.
¿Pero comer, qué cosa? ¿Una fruta?. en el Génesis no se habla de "fruta", sino de "fruto". Lanza animaba a preguntarle a un banquero sobre tal concepto, en la seguridad de que nos daría una definición más exacta que un filósofo. O sea: "Utilidad y provecho que obtenemos por la explotación de un recurso", o cosa similar.
Y si lo que "comemos" es el "fruto" de todas las ramificaciones del Bien y del Mal, entonces degradaremos esa Ciencia sólo en función del Provecho, la Dominación, la Acumulación, el Poder. Queriendo hacer el Bien, haremos el Mal, como subproducto inevitable. Y eso es el "Pecado Orginal", no porque fuera cometido por unos antepasados remotos, sino que está imbuido en el origen de todos y cada uno de nosotros, pertenezcamos a la cultura, tiempo o paradigma que sea, pues eso es lo que hacemos, a diferencia de los animales, cuyo Conocimiento del Bien y del Mal se limita a los impulsos básicos del placer (el Bien), que les dirige hacia la vida, y del dolor (el Mal), que les dice que por ahí no, que está la Muerte).
En fin, Lanza lo explicaba mucho mejor y de su discurso se desprendía Toda la Historia, todas la Culturas, todas las civilizaciones, lastradas por el impulso permanente hacia "el fruto" y dejando a la belleza anclada en la contemplación que debería ser, en su vertiente filosófica y especulativa, la que, de prevalecer, nos habría mantenido quizás en El Edén, ese que al haberlo abandonado tenemos dificultades para regresar, no porque haya un "ángel con una espada de fuego" custodiándolo, que eso tampoco está en la escritura. Hay una espada famígera, sí... pero no la tiene el ángel, tal vez únicamente en función notarial de testigo de la estupidez humana.
El Señor Dios tomó al hombre y lo puso en el jardín de Edén, para que lo cultivara y lo cuidara.
Y le dio esta orden: "Puedes comer de todos los árboles que hay en el jardín, exceptuando únicamente el árbol del conocimiento del bien y del mal. De él no deberás comer, porque el día que lo hagas quedarás sujeto a la muerte".
¿En este pasaje deja el hombre de ser libre?
Dios le ha puesto en el Paraíso. Lo ha creado todo para él. Le ha dado toda la Tierra. ¿O no? ¿Acaso el árbol del conocimiento del bien y del mal no era para el hombre? Si no era para él , para que lo creó. ¿Cual era su misión?.
La misión del árbol era la libertad del hombre. Si Dios no hubiera creado este señuelo, el hombre nunca habría podido elegir. El hombre escogió, el hombre decidió. Y el hombre tuvo lo que se merecía. A veces el pago de la libertad no es agradable. A veces la libertad lleva al hombre a obtener lo que no desea. Pero esto es un precio que puede que tengamos que pagar por hacer uso de ella.
Ante esta disyuntiva, ¿que hacer? Utilizo mi libertad. No la utilizo. Dificil decisión ante lo desconocido. Miedo a equivocarse.
Pero este no es el único problema.
Si utilizando mi libertad tengo que tomar decisiones, opciones, realizar acciones… ¿Cuáles son las acertadas? ¿Cuáles son las verdaderas? ¿A quien sigo? ¿Que doctrina, movimiento, pensamiento, filosofía es la verdadera? ¿Me estarán engañando como la serpiente engañó a Adán? ¿Me estarán previniendo como lo hizo Dios?
Como nos gustaría tener la experiencia antes de vivirla.
Bueno, siempre nos quedará la solución de hacer lo que hicieron Adán y Eva.
La culpa siempre la tiene el otro.
Adán se la echó a Eva: "La mujer que pusiste a mi lado me dió el fruto y yo comí de él".
Eva se la echó a la serpiente: "La serpiente me sedujo y comí".
Perdonen por el rollo. No estoy muy acostumbrado a escribir mis pensamientos, pero me he animado a hacerlo.
Estoy aprendiendo muchísimo con todos ustedes.
Ah, tambien perdonen la redacción. Es que uno no pudo ir a la Versidad
Un saludo.
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