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martes, 13 de abril de 2010

Para construir "algo" los materiales han de ser dignos de confianza y los planos deben haber pasado de anteproyectos. Si la sustancia del arte es el alma humana, con almas muertas nada puede germinar.

La creación es un juego e inútil es preguntar por su objeto, por la relación que guarda con la vida. Es lo mismo que preguntar al Creador: ¿por qué volcanes? ¿por qué huracanes? ya que es evidente que no aportan otra cosa que desastre. Pero, los desastres sólo son desastrosos para quienes se ven sumidos en ellos, mientras que pueden ser reveladores para quienes sobrevivan y los estudien... al igual ocurre en el mundo creativo.

El soñador que regresa de su viaje, si no zozobra en el camino, puede y suele convertir la ruina de su tenue tejido en otro material. A un niño pinchar una burbuja puede no ofrecerle otra cosa que asombro y deleite. El estudioso de las ilusiones y los espejismos puede reaccionar de forma diferente. Un científico puede convertir en pura ilusión la riqueza emocional de un mundo de pensamientos. El mismo fenómeno que hace gritar al niño de deleite puede hacer nacer, en la mente de un experimentador serio, una visión deslumbrante de la verdad.

En el artista estas relaciones en contraste parecen combinarse o fundirse para producir la última, la definitiva, el gran catalizador llamado comprensión. Ver, conocer, descubrir, gozar: esas facultades o poderes carecen de color y de vida sin la comprensión.

El juego del artista consiste en pasar a la realidad. Consiste en ver más allá del mero "desastre" que la imagen de un campo de batalla perdida ofrece al ojo desnudo. Pues desde el comienzo de los tiempos la imagen que el mundo ha presentado al ojo humano apenas puede parecer sino otra cosa que un espantoso campo de batalla por causas perdidas.

Ha sido y será así hasta que el hombre deje de considerarse mero centro del conflicto. Hasta que asuma la tarea de convertirse en el "yo" de su otro "yo".

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