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jueves, 6 de mayo de 2010

Con la Acrópolis de fondo…..

"Amanece calurosísimo en Atenas. Enseguida el ruido de la ciudad se hace pesado y machacante. Hay que visitar la Acrópolis. La he visto de lejos, en aquel alto, es majestuosa. Mi amigo Kostas me lleva a conocerla de cerca, es su ciudad y está ilusionado. Desayuno rápido, luego hará más calor, me dice, ¿más?. Llegamos a los aledaños y contemplo con horror los miles los turistas que se acercan a las ruinas. El calor aprieta cada vez más. Empezamos a subir por unas escaleras imprecisas, cansinas y resbaladizas atascados y rodeados por una masa ansiosa por llegar allá arriba, por llegar a ese lugar por el que he perdido completamente el interés pero al que finalmente logramos llegar derretidos entre la multitud. El calor ya es mareante y me quema los hombros y Kostas me habla de Atenea y de la forma de las columnas y del friso y de la demokratia e intento concentrarme en lo que me cuenta pero sólo imagino las islas paradisíacas que están ahí fuera, muy cerquita de este horno de mármol en el que me encuentro al borde del colapso. Quiero ir a esas islas. Por fin bajamos, como podemos, sorteando todos los obstáculos posibles. No he conseguido trasladarme ni un segundo en el tiempo a la época de Atenea y Poseidón. Turistas, inserso, guías, autobuses, cremas para el sol, ruido… Qué enorme desilusión. Quizás vuelva en otra época....."


Escribí estos apuntes en un cuaderno de notas que me llevé a mi viaje a Atenas. Los había olvidado por completo pero estos días convulsos para Grecia me han vuelto a la memoria y he ido a buscar ese cuaderno que tenía abandonado en una caja de folletos, fotos y mapas para leerlos y volver recordar aquel caluroso día en Atenas.


Y he recordado mientras los leía que en aquellos momentos me preguntaba si merecía la pena visitar estos sitios tan multitudinariamente turísticos, y si era legítimo vulgarizar de esa manera una impresionante ruina como aquella, y si todos los que estábamos allí ese día queríamos realmente visitar la Acrópolis, y si no fuera así, quién de nosotros se atrevería a confesarlo, y si era obligatorio viajar a los lugares que nos indicaban las agencias, y si nuestro interés era genuino o fabricado por modas o tendencias…..

5 comentarios:

Tasmania dijo...

Preguntas interesantes Dña. Louella. Yo también me las he hecho muchas veces.

Cuando visité la Acrópolis, hace muchos años ya, traté de transportarme mentalmente a aquella época lejana y mítica. Tampoco fui capaz. La contaminación que sufría esa ciudad casi no me dejaba respirar.

Muchos años después, cuando volví a Grecia no quise visitar la Acrópolis, por el contrario estuve en Pompeya (Dios, aquello si que es digno de vivir) y en Creta, con sus caminos imposibles... Comí y bebí como ellos, conduje como ellos, -fatal, ya sabe- Fue un viaje mágico.

Los lugares que imaginamos se graban en nuestra memoria como los rostros de quienes no conocemos. Después la fantasía se desvanece... o no.

Sus notas de viaje son tan sinceras... Mr Parson.
Grecia, la antigua y hermosa Grecia.. ¿quién la salvará esta vez?

Nrq dijo...

Anduve hace 5 ó 6 años en Agrigento, Sicilia, la ciudad de Pirandello y recuerdo también un calor agobiante visitando los templos griegos que, curiosamente, encontraba alivio si subías a un pequeño muro dónde soplaba una brisa. En esa explanada era dónde los novios de Agrigento iban a hacerse las fotos de boda. Novios, familiares, turistas, autobuses… eso estaba plagado de gente y, no sé, si diariamente tan plagado como en la época de Arquímedes (que ya, que era de Siracusa, pero fuera de Pirandello mi conocimiento de Agrigentinos célebres es escaso), pero desde luego tiendo a pensar que mucho más respetuso con los templos. Pintadas en las columnas, el amor eterno de dos chandalistas grabado con llave en alguna columna… ya saben.

Dentro de este tipo de experiencias tengo dos completamente opuestas; la primera en la Catedral de Santiago con una lata de Coca Cola vacía en la basa de un pilar (???? Sin comentarios). Pero la segunda, por el contrario, fue en el Vaticano, en la Basílica de San Pedro, dónde están los vigilantes trajeados impidiendo que la gente se siente en el suelo, que vayan inapropiadamente vestidos… un lugar dónde un loco pegó un martillazo a la Piedad, como si la Bounarotti tuviera culpa de lo suyo. Ya hizo bastante Miguel Ángel enfrentándose a quién le tocó.
Creo que todo templo merece su respeto, sea de la fe que sea. Es dónde los fieles van a encontrarse con lo más íntimo de sus creencias, esperanzas, penas e incluso culpas. Dónde los fieles creen que habita su creencia o dónde se reúnen con gente que comparte su espiritualidad. En algunos casos son, además, testigos de la historia, de la lucha de poder o de las ansías de eternidad. Todo ello, nos guste o no, forma parte de una cultura y no mostrar el debido respeto, aunque muchos no lo entiendan, es cargarse de dónde venimos.

Por cierto1: Hoy es el aniversario del Sacco de Roma y hoy, como cada año, juran los nuevos guardias suizos. Si me lo permiten mi próxima reflexión irá sobre este ejército que defiende un país con lanzas.

Por cierto2: rememorando Sicilia me han entrado ganas de volver a Taormina. Se lo recomiendo a todos ustedes.

Unknown dijo...

Viajar.

Viajamos antes, durante y después del viaje.

Antes. Elegimos un destino por razones que pueden ser muy diversas: 'simple' curiosidad (va por Doña Tasmania), inquietud intelectual, afectos personales o mitos que anidan en nuestras cabezas (quién de Uds. no tenía el suyo propio sobre NY antes de pisar su asfalto, por ejemplo). Nos afanamos buscando documentación, trazando posibles recorridos, creando el lugar en nuestra mente o, mejor dicho, en nuestro interior. Anticipando emociones.

Durante. Muchas veces no se cumplen las expectativas. A veces, porque se superan ampliamente. Otras, no se alcanzan. Entra en juego -afortunadamente- la improvisación. Hasta al viajero más concienzudo se le trastoca un plan y acaba disfrutando de algo inesperado y emocionante. Fue mi experiencia en Praga cuando, espontáneamente, compré unas entradas para un concierto a alguien que las vendía en la calle y me encontré una noche de abril escuchando Carmina Burana en aquella ciudad de cuento. Excuso decirles...

Después. Los viajes alimentan el espíritu. Amplían nuestro espectro de conocimiento. Traen a nuestro vivir cotidiano nuevos elementos: costumbres, comidas, esquemas de funcionamiento, ideas, recuerdos. Nos ayudan a atravesar los largos días del invierno. No hemos cerrado uno y ya nos estamos ilusionando con el siguiente.

¿Y qué hay de aquellos que conocimos y perduran en nuestra memoria? O puede que incluso en nuestras vidas. Recuerdo un vuelo transoceánico Madrid-Chicago que hice sola hace más de 10 años. Trabé conversación con una anciana que volvía de Italia, a donde había viajado para reencontrarse con su familia. Aquella mujer se enamoró de un americano en medio de la Segunda Guerra Mundial y sin pensarlo dos veces se casó y se fue a iniciar una nueva vida en Estados Unidos. Tardó más de 50 años en poder volver a su país de nacimiento y encontrarse con los suyos. Y me contaba su experiencia nerviosa y emocionada como una niña pequeña, asustada antes de ir por no saber lo que encontraría (o lo que sería capaz de reconocer), y profundamente agradecida al regresar al que, finalmente, era -dede hace 50 años- su hogar. Le pregunté si no se había sentido tentada de quedarse en Italia. "No, contestó sencillamente. Mis hijos están en América. Mi vida ya no está aquí, sino allí."

Piénsenlo. Aquellos a quien conocimos en un viaje también pudimos ser nosotros mismos.

Tasmania dijo...

Dios Patricia... sus recuerdos me han llevado a una avioneta en la que viajábamos 14 personas.

Aterrizábamos en una pequeña isla. El viento era tan fuerte que resultaba imposible la aproximación.

Aún así el piloto enfiló. La mujer que se sentaba a mi lado me miró. Yo la miré....y nos abrazamos fuertemente.

Preferimos, en ese momento, morir en el calor de otro, aunque fuese un perfecto desconocido...

Ay, tenía que contárselo...

Unknown dijo...

Viajando llevo toda la tarde, pero esta vez entre palabras, Doña Tasmania.

De la lealtad al compromiso; del compromiso al amor incondicional (este tren efectúa parada en la amistad bien entendida); de los valores a los principios (billete de ida y vuelta); del sentimiento y la obligación; de las expectativas,...

D. Nrq y su guardia suiza me tienen rumiante toda la tarde. Voy a ver si me despejo un poco atendiendo a mis obligaciones domésticas (véase, hacer la compra).