Permítanme que hoy les hable de la montaña y de un suceso que me ronda la cabeza desde hace ya unos años. De pequeño me encantó escuchar de los vikingos que morir en la cama era un asco y morir en batalla era la gloria. Este comportamiento nunca lo entendí conduciendo un coche, una moto o víctima de un ataque al corazón en una montaña rusa, muertes, todas ellas pelo artificiosas. Bueno… lo cierto es que Pete Conrad, astronauta descartado para el proyecto Mercury, pero parte muy activa del Gemini y del Apollo con lo que se pueden imaginar los límites a los que pudo llegar, murió en el 99 en un accidente de moto y Scott Crossfield, un piloto de pruebas que competía con Yeager en quién iba más rápido probando aviones a reacción, murió ahora hace 4 años en un accidente de avión. Saquen sus propias conclusiones, pero ninguno de ellos fueron personas que se conformaran. Cierto romanticismo e implicación personal por haberles dedicado muchas horas de lectura y películas hacen que yo tenga una visión particular de su fallecimiento.
Pero volvamos, que les dije que hablaríamos de montaña. El Annapurna tiene fama de ser el 8.000 más peligroso con más de un 40% en el ratio de escaladores que lo quisieron conquistar y que se quedaron en él (Nanga Parbat, Kangchenjunga o el mítico K2 rondan la mitad y son los los que le siguen en la lista) y aún así fue el primero en ser conquistado, en 1950 por Lachenal y Herzog. Si les interesa lean "Cuadernos del Vértigo", un libro mitad narración mitad diario de Lachenal que hace acompañar a los alpinistas hasta la cima y sufrir con ellos el descenso.
Pero de lo que quiero hablar hoy es de Jean-Christophe Lafaille y de Pierre Béghin. En el libro del primero, "Prisionero del Annapurna", describe la desgraciada caída de Béghin al vacío. Cómo salta un friend, restalla la cuerda y cómo el de Grenoble se precipita boca arriba, enfundado en su mono, con la capucha puesta pero no apartando la mirada de Lafaille. Lafaille cuenta que Béghin ya no estaba, pero sus ojos seguían allí. Mirándole.
Lafaille bajó solo, con una mochila en la que apenas tenía nada de material técnico ni víveres, dado que Béghin era de los que le gustaba cargarse de material porque ese esfuerzo añadido le daba más sentido a sus expediciones. Logra salir de la montaña y, al retornar a Francia, el mundo del montañismo se le echa encima acusándole de abandono, torpeza y negligencia.
¿Qué hace que nos posicionemos en un juicio a alguien cuando apenas somos capaces de entender sus vivencias y menos de andar su camino? No estoy hablando de no poder juzgar, sino que hablo de entender un proceso por el cuál una persona ha ido tomando una serie de decisiones a lo largo de un periodo de tiempo y que han ido modelando una situación concreta. Valoramos muy poco el esfuerzo de decidir en el día a día, de mirar al tablero completo y mover nuestras piezas. Se nos escapan aspectos, tanto actuando como decisores como siendo jueces, en virtud de los cuáles el árbol de decisiones cambia. Y puede cambiar para equivocarnos o para tomar la decisión menos adecuada. Realmente esto no pasa de ser una presentación de excusas si no consideramos una verdad muy evidente, muy manida, pero muy consistente; el error hace que no olvidemos cómo se hacen las cosas bien. El error es fácil de indentificar. Uno encuentra su consecuencia abofeteándole en la cara bien pronto. Pero no podemos pretender aprenderlo todo en los libros o a través de personajes en películas y series. Se aprende ejecutando, haciendo y decidiendo no acudiendo al manual (que en muchos casos no existe). Y vivimos en una época en la cuál las decisiones se esconden o se derivan. Hay, incluso un término muy actual en la que reside uno de los mayores eufemismos al que nos enfrentamos y que, curiosamente, es "escalar la decisión". Escalar la decisión significa pasarle la responsabilidad de decidir al que se tiene por encima, es decir; admitir la propia incompetencia a asumir una responsabilidad o para llegar a una solución negociada. Pasando la responsabilidad al de arriba, el de arriba está aún más arriba y nosotros no aprenderemos nunca qué hacer en un caso similar la próxima vez.
Pero Bérghin y Lafaille estaban a más de 7.000 metros practicando un deporte que para ellos era una forma de vida porque, independientemente de la belleza, la cota y el mito, lo importante de subir es enfrentarse a decisiones una tras otra. Una tras otra hasta llegar de vuelta al campamento base.
11 comentarios:
Que excelente descripción e inestimable comparación.
Zapatero acompañó a la expedición,pero sólo se quedó en la base.
Son los otros los que escalan,teniendo que tomar decisiones a siete mil metros de altura,evitar la congelación,ayudar en los remontes escarpados y poder llegar a la cima.
Zapatero mientras en la base,negocia con los transportadores,mochileros,
sindicatos de expedición y espera instrucciones de los avezados y arriesgados escaladores.
Zapatero en la base con sus bases,
a esperar,los demás al ESFUERZO,AL TRABAJO Y A LA AYUDA ENTRE ESCALADORES.
Conseguirá que lo expulsen de la expedición.
Pues fíjese que si llevamos el caso al presidente (aunque prefiero verlo reflejado en gente que le da oteo carácter a la vida) creo que está en el campamento 1 mandando gente a la cima sin medios mientras que desde el campamento base la UE y el FMI le preguntan, "¿Pero qué estás haciendo?".
No obstante, ya le digo, la montaña es para quién la ama tanto como la respeta, no para andar con Yumas los domingos.
Buenísima comparación y reflexión, querido Nrq.
No es igual aceptar el riesgo de muerte que aceptar la muerte.
Aceptar el riesgo es aceptar la vida, vivir la vida. Lo otro es resignación.
En algún sitio leí que la vida es la construcción de un templo y que uno decide si quiere levantar ese templo con piedras iguales e uniformes o si prefiere hacerlo basándose en los planos de su propio ingenio.
Los dos templos se construyen bajo el mismo sol pero con distinto esfuerzo.
Quiero resaltar estas palabras de la entrada de Nrq: Valoramos muy poco el esfuerzo de decidir en el día a día…..
Esa es la clave.
Conocer el valor del esfuerzo en la toma de decisiones es lo que nos dota de fortaleza y armadura pero no para decidir sino para aplacar la inmensa soledad que nos paraliza en esos momentos y para defendernos del fracaso del posible error.
"y uniformes"
De acuerdo, de acuerdo. Pero yo confieso tener una duda existencial: ¿de verdad, se aprende ejecutando? Más allá del tópico "El hombre es el único animal que tropieza dos veces con la misma piedra", nunca me he visto reflejado en aprender de mis errores. Vuelvo sobre las andadas y cada vez me parece que este mundo es más entrópico y surrealista, con muchos puntos de irracionalidad, por lo que mis decisiones se ven abocadas a un marco muy constreñido. Me dejo llevar por lo menos malo, simplemente, procurando en todo caso, ser leal a esa rara coherencia mía, si la comparo con lo que se suele llevar.
Pues yo creo que sí, que se aprende mucho exponiéndose y errando. Las retaguardias se pierden en la referencia.
Contaban de Paul Van Riper que en Vietnam se metía en el agua e identificaba el terreno para saber dónde era débil, dónde fuerte... y esa exposición le pudo costar la vida en varias ocasiones, pero le hizo un gran soldado.
Alguien a quien quiero me habló muchas veces de la montaña. De cómo acercarse a ella con humildad y reverencia. Del respeto que hay que tenerle. De que es tan importante subir como bajar.
Me habló de George Mallory, de Edmund Hillary, de Herzog y Lachenal,... y aprendí a mirar a estas personas con otros ojos, y a entender que no eran locos, sino valientes que se enfrentaban a sus propios miedos.
¿Por eso las escalas tú?, le pregunté una tarde. "Las escalo porque te preparan para que vuelvas sabiendo lo que cuesta su cariño."
Nada más cierto. Lo que de verdad vale la pena, cuesta. A veces, incluso, la vida.
Y luego está Mallory
- señor Mallory, ¿por qué subir al Everest?
- Porque está ahí.
Anoche, rebuscando entre recortes antiguos, encontré una entrevista a Edmund Hillary realizada hace casi 18 años por Darío Rodríguez (responsable de la revista y la editorial Desnivel) y que volvían a publicar con motivo del fallecimiento del primero, en Enero de 2008.
[EH] Se sentía extraordinariamente contento de haber vivido su época, "una época en la que tomábamos las decisiones por nosotros mismos, de esta manera nos enfrentábamos a los problemas y teníamos que luchar por la cima. Ahora muchas expediciones siguen, simplemente, las huellas de otra gente. Hay muchas cuerdas fijas, escaleras, trazas, y los alpinistas van unos detrás de otros, como si fueran turistas. Para nosotros la solución de todos los problemas que nos planteaba la montaña estaba en nosotros. Por eso pienso que encontrábamos una gran satisfacción en solucionarlos."
Ustedes mismos.
Cuando éramos pequeños, mi padre nos llevaba mucho al monte a mis hermanos y a mi.
Formábamos un club imaginario denominado el Dificult Club que consistía en pasar siempre por el lugar más difícil, subir por la pendiente más dura o intentar salvar algún desnivel sin ayuda.
Para nosotros, niños entre diez y trece años, era todo un desafío, un aliciente, una competición.
Pero uno de los momentos más angustiosos que recuerdo no fue un asunto de resistencia o miedo a no poder alcanzar un objetivo sino que fue el día en que mi padre dijo que se había perdido.
Me entró el pánico porque nunca había imaginado que pudiera ocurrir esa posibilidad.
Me tranquilizó y me dijo: ”no hay problema si encontramos el río, ¡hay que buscar el río!...” Y nos pusimos a ello a conciencia.
Él siempre nos planteaba esos pequeños retos, hacía que nuestra mente estuviera concentrada en el objetivo, en la superación, en la voluntad y en el disfrute de lo que hacíamos.
Su lema al comenzar a andar (cuando veía que nos precipitábamos ansiosos) era ”Hay que empezar a andar como un viejo para llegar como un niño”.
Le agradeceré siempre que me inculcara esta afición al monte que aún conservo.
Petit hommage à mon père....
Publicar un comentario