Con lo peliculero que es uno, no puede remediar reparar en lo que algunos teóricos de la comunicación llamarían "imágenes tatuaje" y otros "imágenes subliminales", aunque más propiamente sean imágenes generadas por la técnica de la tachitoscopia, desarrollada en 1917 por el doctor Poeztle y aplicada posteriormente por los nazis y por los americanos en New Jersey, para demostrar lo sencillo que es manipular a las masas con fotos "inadvertidas" que contengan incluso textos con cierto sesgo exclamativo o imperativo.
Hay dos que vienen al pelo, de estos convulsos últimos días. La primera es una fotografía de la agencia AFP, en sentido vertical, donde aparece el Presidente Zapatero adoptando una pose exactamente igual que la de Alex, en los primeros compases visuales de "La naranja mecánica", de Stanley Kubrick. Se trata de un fotograma irreal, como de ciencia ficción, donde la mirada del pérfido protagonista de tan celebrada obra maestra (también por el texto en que se basa, de Anthony Burgess), se hunde lacerante en un plano objetivo que implica al espectador como irredento reo de lo que va a ver y le va a ocurrir, aunque sea figuradamente.
Quitando la pestaña postiza de Malcolm McDowell, que encarna a Alex, Zapatero amenaza con la misma mirada afilada, con el mismo efecto de sombra y luz lateral, con un "picado" hacia el espectador que le da un aire mayestático y pavoroso y -lo que es mucho más inquietante- con una expresión que aparece sobre su cabeza -gran casualidad atrapada por el fotógrafo- que dice: "Desideratissimi".
La imagen está tomada en Comillas, junto a un Barroso forzadamente sonriente para la pose. Y, tras el gesto congelado de amenaza que exhibe con jactancia el peripuesto y pertinaz Presidente castellano, unas declaraciones que son todo un portento de mendacidad: "Pienso en el futuro del país, no en el personal".
Evidentemente, él mismo se desmintió de su pomposa mentira cuando, pocos días después jugaba a hacer rabieta al líder de la oposición, diciéndole algo así como "anda, anda, sufre, tonto, que vas a volver a perder, mientras que los que se creen mis mentiras me van a volver a votar".
Lógicamente, José Luis Rodríguez, sólo piensa en su futuro personal y ha retocado el sueldo de los funcionarios y las pensiones, porque sabe perfectamente que, entre ellos -sumisos como son, hasta el paroxismo- no va a encontrar ni resquemor ni animadversión, como así está ya ocurriendo. Sólo un puñado de sindicalistas pagados e interesados, se ha acercado a la Moncloa para aparentar que protestan.
El segundo ejemplo de lo que digo me viene a la mente, cuando cierro los ojos. Se trata de la forma de evolucionar de la vicepresidenta De la Vega hacia el estrado desde el que, cada viernes, cuenta a la "canalla" esas "mentiras arriesgadas" que le dictan que diga. Se mueve como las féminas que aparecen en las pasarelas de las películas de Fellini. Con insufrible arrogancia que produce vergüenza ajena, con autocomplacencia en la pose que sustenta el cargo, que no la carga. Indudablemente es otra manera de mentir, paralela a la de su sospechosa palabrería: la mímica de la altanería, la insoportable vanidad de quien se cree la reina del tafetán, restregando a todos los votantes menesterosos y humildes de izquierda el fondo de armario más imponente y obsceno que jamás se haya visto en simples servidores públicos. Y es que, como dice Nicole Kidman en "Dogville": "la vanidad es el peor de los defectos". "La peor de las mentiras", añado yo.
domingo, 30 de mayo de 2010
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4 comentarios:
Querido Juante, que razón tiene.
La comunicación,bien escogida, es fundamental.
La comunicación es fundamental y eficaz,cuando hay algo que comunicar,aunque sea una mala noticia.
Cuando todo va mal,la mala noticia ya se sufre,no se puede anunnciar esperanza,no hay dinero ni ganas para comprar el futuro,hay que cambiar al de anuncio y de comunicador.
Ya dice el refrán:
Cuando las cosas van tan mal, hasta las mujeres de uno, tienen hijos de otro.
Vaya, que día tienen.
Las películas son como la vida misma Juante. Adoro reconocer en las pelis mis propias dudas, mis fantasías, mis miedos.
Y me encanta expresar con una frase, con una luz, con una impresión, recogida de una película, mis propias y más escondidas sensaciones.
Sesión contínua, una peli tras otra, cine clásico, una tarde completita...
Mucha vanidad en el cine, igualito igualito que en la vida real.
pero cuando la vanidad deja de ser una actitud que marca distancia a ser una huída hacia adelante, a ser el resultado de "por favor, que no me toquen", entonces las cosas deberían caer por su propio peso
Me alegra que pensemos igual, querida Tasmania. Me gusta debatir sobre esa cualidad de las películas de reflejar la vida misma y la balanza suele caer del lado de quienes huyen de los mecanismos de identificación. Pero no es así. Mitry, con su psicología del cine, ya nos alertaba del poder empático de la imagen. Y nosotros mismos, con nuestra experiencia diaria, necesitamos algunas películas para explicar cosas que nos ocurren a diario y nos paceren inverosímiles. La catarsis, no solo alivia, sino que nos reafirma en nuestros puntos de vista.
La película de Nicole Kidman (Dogcity) tiene un final particularmente desalentador y terrorífico. Ella fulmina al pueblo entero al que le fue prestando sus servicios, tras recomendación de un padre con poder. Es un símbolo siniestro de la máxima abyección humana. Y, desde luego, cuando la vi por vez primera, me golpeó la idea de la vanidad de quienes disponen a su antojo de los que quedan atrapados en una sola opción.
De acuerdo, D. Mesala, D. NRQ: es cuestión de pundonor, preservarnos de los vanidosos autocomplacientes.
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