En junio de 1508 iba Erasmo montado sobre una mula desde Italia a Inglaterra, cruzando Alemania. Una moza hacía el mismo camino y "le cosquilleaba los oídos" y divertía con sus gracias y hermosura. Se llamaba Moria y de estos coloquios nació el Encomium Moriae o Elogio de la Locura (de la estulticia como mejor traducción) Erasmo le dedica esta obra a su amigo Tomás Moro por la afinidad del nombre.
Y es que, en efecto, Moro, futuro Canciller y Santo, le alberga en su casa, donde en realidad escribió la obra. Es un edificio alegre, en Chelsea, cerca del río, rodeado de árboles y jardines salvajes. Una casa, dice Moro "comprada con dinero limpio". Allí reside con su esposa y sus tres hijas, que hablan latín y griego, tañen instrumentos antiguos y cuidan de una selecta cocina. Allí les visita Enrique VIII que juguetea por el jardín y abraza a Moro por el cuello. La esposa advierte el gesto y lo considera como una prueba de gran afecto real aunque, en realidad -como dice Bonilla San Martín- el Rey lo hizo para intentar conseguir la bendición de Moro en su afán por compartir lecho con Ana Bolena.
Pero no es Moro sino Erasmo el que me tiene la cabeza loca desde que encontré el Elogio el otro día, revisando viejos libros en casa... El Elogio es en verdad el elogio entusiasta de todos aquellos sentimientos que aparentemente fustiga. Una crítica feroz de la vida cortesana, del despotismo, de la guerra, de todo aquello que escarnece la rectitud, la sinceridad, la tolerancia, el verdadero amor a Dios y a todos los hombres y a cuanto por Él ha sido creado.
El número de necios es infinito
Eclesiastés 1, 15
miércoles, 22 de junio de 2011
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4 comentarios:
¡Ah! El placer de revisar libros viejos en casa. Los secretos que nos guardan. El motivo que evocamos, por el cuál adquirimos cada uno...
A veces, sólo encontramos el definitivo significado de su adquisición, cuando hallamos al receptor al que se lo entregamos...
Cuántas miles de obras hay que no concuerdan con la personalidad de los autores.
¿No es la escritura también una forma de huir de uno mismo, de desahogarse o de vivir vidas anheladas?
¡Qué decepción cuando leí la biografía de Saint-Exupery escrita por su mujer! ¿Cómo era posible que alguien que había escrito La Ciudadela o El Principito podía ser un hombre tan cruel?
Adoro buscar entre los libros viejos de mi padre aquellos que tienen algún comentario al margen en una página, algún párrafo subrayado e incluso algo tan banal como una factura de hace "mil años" de algún restaurante señalando una página. Todos estos pequeños detalles ayudan a saber más de él.
Ándese con cuidado con los genios Ms. Parsons, caminan en el filo de la locura...
¿Saben? Adoro abrir un libro y encontrarme la tarjeta de embarque de un vuelo, una entrada de un museo o un ticket de metro... cosas que hice durante aquellos días en que disfruté de esa obra. Me gusta recordar que hacía durante aquellas fechas, por eso, en mis libros, entre sus hojas, siempre hay papeles... y cuando presto alguno, las pocas veces que lo hago, tengo que "vaciarlo" previamente.
Y también te encuentras, querida Tas, páginas señaladas que indican hasta dónde llegaste en ese libro que nunca terminaste.
Y con todo lo que hay por leer, nunca me planteo volver a interntarlo.
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