Se ríe espectacularmente. Sus carcajadas le sacuden el cuerpo como cuando estornuda.
Papá, dice, cuando yo intentaba realizar algo que te desagradaba, me apuntabas con el dedo y con voz de oráculo me asegurabas: te caerás. La piedra, el trompicón y el porrazo. Siempre acertabas. ¿Qué pajarito te lo dirá?, me preguntaba mosca.
Tu mismo presagio me tornaba indecisa y desconfiada del éxito; tu mirada burlona, firme, me ponía nerviosa hasta que mordía el polvo.
Consecuencias desastrosas: después de veinte años de paz, tengo que recurrir a ti para que me saques de dudas y me reafirmes en lo acertado y desacertado, que si no, ando a ciegas.
jueves, 2 de junio de 2011
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2 comentarios:
Caerse y levantarse; qué familiar resulta ¿no? Esos primeros trompazos no tienen otro fin que la preparación para los castañazos futuros.
El compañero de parque, el vecino o el colega se caen, pero hasta que no sintamos el propio dolor no servirá como aprendizaje.
Papá dice; pero Papá es el enemigo, quiere esto decir que haremos lo contrario.
Papá no dice que años atrás tropezó con la piedra, dio un trompicón y se pegó un porrazo; tampoco dice que su progenitor bramaba: te caerás.
A algunos no nos dejaron que tropezáramos. La palabra era NO.
Las caídas llegaron luego, cuando éramos "libres" y sin que nadie nos hubiera advertido del riesgo.
Al final, se va aprendiendo y reconociendo, aunque tarde, que el padre ya no es el enemigo sino el apoyo.
En fin, benditos padres.
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