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jueves, 9 de septiembre de 2010

Mussolini y Malaparte II



Era el primer día de la insurrección. El curso de los acontecimientos parecía obedecer a una lógica que no era la del gobierno. Israel Zangwill no quería creer que estuviese ya en plena revolución.

-En París en 1789 -decía él- la revolución no estaba solamente en los espíritus: estaba también en la calle.

A decir verdad, el aspecto de Florencia no era el de París de 1789. En la calle, la gente tenía un aspecto tranquilo, indiferente y todas las caras estaban iluminadas con aquella vieja sonrisa florentina, irónica y cortés. En Petrogrado, en 1917, el día en que Trotsky dio la señal de la insurrección, nadie podía darse cuenta de lo que estaba pasando; que los teatros, los cines, los restaurantes, los cafés estaban abiertos y que la técnica del golpe de Estado había hecho grandes progresos en los tiempos modernos.

Y tanto, tampoco en Nueva York o en Madrid o en Londres... la gente sabía lo que estaba a punto de ocurrir un 11S un 11M un 7J... la gente se movía por las ciudades, conducía sus coches, bajaba al metro, cogía el bus, subía en ascensores... La técnica del golpe de Estado ha seguido progresando.
- La revolución de Mussolini -exclamaba Zangwill- no es una revolución: es una comedia.

Como muchos liberales y demócratas italianos creía en un compromiso entre el Rey y Mussolini; la insurrección no era más que un aparato escénico destinado a ocultar el juego de la monarquía.La opinión de Zangwill, aunque falsa, era altamente respetable, como todas las respetables opiniones inglesas. Sin embargo, se basaba en la convicción de que los acontecimientos de aquellas jornadas eran el resultado de un juego político, cuyos factores principales no eran la violencia ni el espíritu revolucionario, sino la astucia y el cálculo.

Mussolini, a los ojos de Israel Zangwill, era más bien discípulo de Maquiavelo que de Catilina. En el fondo esta opinión del escritor inglés estaba entonces y está aún extraordinariamente difundida por Europa. Desde el comienzo del siglo pasado se ha tenido siempre en Europa la costumbre de considerar a los hombres y a los acontecimientos de Italia como productos de una lógica y de una estética antiguas. Esta manera de considerar la historia de la Italia moderna debe ser imputada, en gran parte, a la afición natural de los italianos por la retórica, la elocuencia y la literatura, defecto que no todos los italianos tienen, pero del cual muchos no se curarán jamás. Aunque se juzgue más bien a un pueblo por sus defectos que por sus cualidades, creo que nada podría justificar la opinión de los extranjeros sobre la Italia moderna, aunque suceda que retórica, elocuencia y literatura falseen los acontecimientos hasta el punto de que la historia parezca un comedia, los héroes unos comediantes y el pueblo una multitud de comparsas y de espectadores.

Para comprender bien la Italia de nuestros días hay que considerarla objetivamente, es decir, olvidarse de que ha habido romanos e italianos del Renacimiento.

-No hay nada antiguo en Mussolini. Es siempre, y a pesar suyo algunas veces, un hombre moderno. [...] su concepto del golpe de Estado no tiene nada de común con el de Sila o con el de Julio César. [...] Era muy curioso ver de cerca la máquina insurreccional fascista, porque Zangwill no llegaba a comprender cómo puede hacerse una revolución sin barricadas, sin combates en las calles, sin cadáveres en las aceras.

-Todo se desarrollaba en medio de un orden perfecto -exclamaba el inglés- ¡Es una comedia; no puede ser más que una comedia!

2 comentarios:

Artanis dijo...

España lleva casi ocho años en manos de revolucionarios de salón... pero con mando en plaza.

La izquierda sabía que tenia entre sus filas a estos elementos, exaltados y/o incapaces, pero que posaban su trasero en el parlamento tras haber trepado y allí se quedaban, como mucho creando corrientes marginales de esos que piden siempre "un poco más de izquierda". Pero tras el colapso felipista y el patinazo de Almunia junto con la antipatía que Bono despierta en muchos sectores, estos parásitos vieron su oportunidad. Las medianías de la clase que soñaban con vietnamitas inexistentes, noches en cárceles franquistas que no tuvieron lugar (las noches, las cárceles por supuesto) y experimientos de alquimia social sin prueba previa con gaseosa, nos han traído hasta aquí.

No hay muertos en las calles -afortunadamente- pero la erosión social, la destrucción de la poca confianza que quedaba en la clase política y la volatilización de algunos de los escasos eslabones que mantenían junta la piel de toro están tocados. Como dice el Mariscal Zhukov en la Argos, esto ya no se arregla solo con una derrota electoral.

No. No hay muertos en las calles por esta revolución. Arruinados, sí, porque ha coincidido con una época económicamente jodida y estos no creen en el Capitalismo ni en la madre que lo parió. Pero quieren una revolución. la practican con sus firmas ministeriales y presidenciales.

(Casi) Nadie votó para ser revolucionario en el 2004. Pero estos han decidido que ellos sí que saben lo qe deseamos, aunque nuestra inmersión capitalista, españolista y burguesa, nos reprime y no nos deja manifestarlo.

Louella Parsons dijo...

ARTANIS ha descrito perfectamente lo que quería comentar yo y no sabía por dónde empezar.
¡Bravo!

Es el cuento de la rana cocida.

Más o menos como lo que ha ocurrido en el País Vasco donde un régimen se ha ido instalando paso a paso (aquí sí, con sus dosis de violencia) pero con una sociedad incapaz de darse cuenta de que les estaban quitando libertad.