"A K le sienta bien la ropa", escribió en su cuaderno de notas el conde Lázló Almásy, personaje que interpreta el atractivísimo Ralph Fiennes en El paciente inglés.
“K” es Katherine, papel interpretado por la estupenda actriz inglesa Kristin Scott Thomas y a la que, efectivamente, le sentaba muy bien la ropa, tanto la que llevaba en el desierto como en los elegantes salones de alguna colonia inglesa del norte de Africa.
Hay gente que es así, que todo le sienta bien.
A pesar de ser inglesa, Scott-Thomas es una mujer elegantísima. Sé que no se puede generalizar pero lo voy a hacer y, salvo excepciones, las mujeres inglesas nunca han destacado por su elegancia. En la familia real inglesa, por ejemplo, sólo se salva la fabulosa duquesa de Kent porque hasta lady Di, vestida por los mejores diseñadores, nunca dejó de ser un cursi pastelón.
Dicen que los franceses son los únicos hombres que prefieren a una mujer elegante a una con un buen cuerpo o cara guapa.
La moda, más que una forma de vestir, es una forma de ser. Cualquiera de nosotros intuye cómo es la persona que tiene enfrente sólo con ver cómo va vestida. Su estilo, la forma de combinar la ropa, los colores que lleva, la importancia que le da a la moda....dicen mucho de su personalidad.
Los hay clásicos, modernos, sofisticados, “marquistas”…..los que pertenecen a tribus. ¿Por qué una persona se hace de una tribu tipo gótico, punkies, heavys…..? ¿inseguridad, rebeldía….? Lo podría entender a los dieciséis años como un asunto de rebeldía pero a partir de los diecisiete, la cosa puede empezar a ser inseguridad, falta de personalidad, desubicación…
Algunos siguen la moda sin reparar en si aquello que llevan es bonito o feo o si les sienta bien o mal. No les importa, está de moda y les basta aunque sea una catástrofe. ¿Falta de personalidad?
También los hay transgresores. El otro día estuve en una exposición de varios artistas pintores y escultores. Me llamó la atención que todos los que estaban allí iban vestidos de manera transgresora, con prendas de formas imposibles y de apariencia vieja y sucia. Me llamó la atención que la mayoría de ellos vestía con colores sin vida….. y tambien me fijé en que iban mejor ellos que ellas.
Me puse a observar al personal y noté que algunos de ellos, a pesar de su transgresión, iban vestidos con una naturalidad asombrosa, vamos, que no podrían ir de otra forma, sin embargo, en otros, sobre todo en otras, se notaba que esa forma de vestir era totalmente forzada y sin ninguna gracia, con un resultado casi ridículo. Y me preguntaba por qué iban todos vestidos así de “raros” y si eso era transgredir o, al contrario, era una manera de seguir una estética determinada de ese mundillo.
Al final, todos terminamos siendo un poco fashion victims dentro de nuestro entorno pero para acertar siempre es mejor menos que más.
7 comentarios:
No, no, no, mi querida Louella. Con la venia. No sólo son los gabachos los que prestan mayor atención a la elegancia que al físico en sí. Yo, por ejemplo, vivo en una tierra (Andalucía) de toreros y vírgenes, donde se le da una importancia abismal a la apariencia física sobre la elegancia y... así le luce el pelo a más de uno, claro.
No me enrollo: quiero decir que lo fundamental en una mujer (supongo que ídem. para el género despreciable por el progrerío) es la elegancia de espíritu, la elegancia moral, el porte de su dignidad, muy, pero que muy por encima de si es bonita o fea. Es un equilibrio difícil de encontrar, pero esa es la verdadera medida de la belleza. A mí me trae indiferente una cara bonita, si tras ella se esconde una bajuna del quince (de eso hay a patás.) Pero, ojo, que hay caras feuchas que, aparentando elegancia en primeras nupcias, luego son la mismísima interfaz del diablo.
En cuanto a divisar la personalidad a través de la semiótica de la moda (que diría Barthes), pues...¡No! Los desengaños, en ese sentido, son morrocotudos, pero habría mucho que hablar al respecto.
Y ya que cita a la fantástica Kristin Scott Thomas.
El otro día -haciendo guardia- vi una extraña película de ella, de nacionalidad rumana para más inri.
El título: "Un verano inolvidable", de 1994. Hacía gala la actriz de una belleza y elegancia arrolladoras. Pero, hete aquí que, en un momento dado, aparece completamente desnuda, en medio de un erial desolado y se sienta en el suelo abiertita de piernas y todo, mostrando incluso su elegante matojo hendido, como si tal cosa.
Eso me gusta, esa capacidad exclusiva de los grandes artistas para ser excéntricos en los lugares más inverosímiles.
Hoy voy revoleado.
Excuso decir. El clarísimo ejemplo de impostura en la elegancia lo tenemos en el bobo solemne de León. Según el FAZ es un hombre que viste elegante, sin caer en la descarada afectación de las menestras fashionarias.
Y... sin embargo, huelga recordar que todo lo que ofrece ese oportunista metido a político, no es más que viento, góticas aparte.
Por supuesto, don Juante, que sobre la semiótica de la moda habría mucho que hablar al respecto pero sólo quería esbozar algunos retazos sobre este tema.
Y añadiría a la lista que la forma de vestir también refleja un estado de ánimo, ¿no creen?
Decía Oscar Wilde que ”la sencillez es el refugio de la gente complicada” así que, ya saben, cuando se encuentren en un caos, no busquen la sofisticación.
De la elegancia en todas sus vertientes daría para escribir varias entradas de la zodiac.
La película que cita de "Verano inolvidable" fue protagonizada por Kristin Scott Thomas en 1994 antes de que se hiciera famosa con El paciente Inglés.
La película pasó desapercibida a pesar de que era un buen film. No sé si se llegó a estrenar en España. Kristin se siente muy orgullosa de esa película, y aprendió rumano para poder protagonizarla.
Por supuesto la actriz estaba brillante y elegantísima como siempre.
Nacemos mujeres y hombres, pero devenimos humanos querida Louella.
Coco Chanel, por ejemplo. Tuvo muchos amantes pero ningún marido, deslenguada y dueña de un imperio murió sola en su habitación del Hotel Ritz el 10 de enero de 1971 en París.
Y sentenció:
"El lujo es una necesidad que empieza cuando acaba la necesidad"
Gracias por su paseo Ms. Parsons, navegar junto a usted es siempre una delicia.
Queridita: tus palabras me han llevado a la infancia, cuando, a escondidas, me probaba los vestidos de mi madre, sus zapatos de tacón y me maquillaba, imitando su ritual de cada mañana. Recuerdo el cuero fino de los pequeños guantes de mi abuela, la seda y el leve ruidito que producía al moverse por la habitación, los jerseys posados cuidadosamente en el armario, el último repaso antes de salir: pañuelo blanco pequeño, bordado con su inicial, espejito, elegante barra de labios y diminuto perfumero de cristal. Curiosamente, no recuerdo que se preocupara de las llaves y, por supuesto, no había porque preocuparse de no olvidar el móvil o la agenda. Por eso, los bolsos eran pequeños y permitían una movilidad elegante. Tampoco andaba con prisas, y siempre estaba dispuesta a parar un taxi, si los diminutos zapatos le molestaban. Recuerdo sus manos elegantes con pequeñas joyas de su familia, todas le traían recuerdos de alguien muy querido. Y, sobre todo, recuerdo la delicadeza con la que tomaba mi mano para presentarme, con orgullo, a sus amigas.
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