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sábado, 1 de enero de 2011

enjoy

En "Una Historia del Mundo en 10 capítulos y medio" Julian Barnes relata la experiencia de la muerte desde una perspectiva en la que todos querríamos enfocar la "última diversión de la vida", en palabras de Ramón Gómez de la Serna. En dicho libro, en el último capítulo, Barnes se despierta desnudo en un hotel y al poco de tomar conciencia de dónde se encuentra y, pese a ello, de no saber muy bien por qué está sin pijama, aparece una camarera del hotel, realmente guapa con una bandeja en la que lleva el desayuno. El desayuno contiene todo aquello que él, en algún momento de la vida ha apreciado en un plato o, incluso, ha deseado tener. Tanto le gusta el desayuno que repite para comer y para cenar sin moverse de la cama. Al poco tiempo descubre que la muerte le ha llegado y estar muerto es llegar a un lugar dónde tienes todo lo que has deseado en la vida junto a todo aquello que has apreciado de verdad. Ojo, cosas, no personas. 
Especialmente simpática la imagen de la chaqueta con coderas colgando del armario; esa chaqueta que su mujer ya no sabía cómo hacer para donarla o directamente tirarla a la basura. Creo recordar que la chaqueta estaba "en su momento justo". Ni muy nueva, ni muy vieja. En ese instante en el que uno siente que, finalmente, la ropa no es algo bonito pero incómodo por nuevo o cómodo pero feo por viejo. Ese momento dónde prenda y persona se identifican totalmente de forma mutua.
Su Leicester City gana la Copa y eso que el Leicester nunca estuvo ni cerca de llegar a la final.

Para Barnes la muerte es un estado de recuperación de todo aquello que hemos querido y añorado. Es un lugar, no habla de cielo o infierno, en el que aquellas cosas en las que nos fijamos, aunque en ese momento pasen desapercibidas, toman forma y quedan al alcance de nuestra mano. Muchas de ni siquiera hemos sabido verbalizarlas como para transmitir que nos aportaban o sugerían.

Pero la muerte es, principalmente, una experiencia personal. No transmite que sea un hecho egoísta, sólo que a morir, por mucho que se empeñen aquellos que quedan vivos, se va solo. Y solo llegas a ese lugar y, por tanto, das esas experiencias son las experiencias de uno. Como las despedidas son las despedidas de uno y las cuentas pendientes… bueno, esas son intransferibles.

He recibido muchos mensajes de feliz año nuevo en el día de ayer. Yo sólo les quiero decir que sigan viviendo y disfrutando, éste y cualquier otro año. Que afilen su percepción por las cosas y que dejen que su gusto y sus sentidos evolucionen. Es la manera de no sentir que se ha muerto, porque el lugar que Barnes describe no habla de nuevas experiencias, sólo habla de perfeccionar aquellas que tuvimos en vida y, en la mejor tradición de la creencia semítica, con lo que hemos hecho, vamos.

5 comentarios:

Louella Parsons dijo...

Supongo que todos tenemos alguna idea de la muerte.
Mi madre siempre dice que una de las ventajas de morirse es no tener que volver a madrugar.
Todos querríamos enfocarlo como Barnes, claro.
Yo siempre me he imaginado que conseguiré las cosas que aquí no he logrado, como volver a empezar aquellos asuntos que he hecho rematadamente mal, poder tomar de nuevo aquellas decisiones equivocadas, recuperar tiempos perdidos, oportunidades perdidas o amores frustrados, tocar el piano o haberme dedicado al arte. Incluso pienso que conoceré a Mozart o Beethoven.

Pero como de todo esto nada sabemos, hagamos las cosas como comenta don NRQ en el último párrafo y pensando en que ya no tendremos la oportunidad de mejorarlas más adelante sino que es ahora cuando debemos vivirlas y aprovecharlas.

Nrq dijo...

No sé, mi abuelo murió queriendo irse

Louella Parsons dijo...

Sólo los animales mantienen el instinto de supervivencia intacto.

Mi abuela también quiso irse.
Quién sabe las múltiples razones que tendrá una persona en la cabeza para pensar así. Pero no tienen por qué ser malas. Simplemente puede ser un enorme cansancio o la sensación de misión cumplida.

Lindo Gatito dijo...

¡Llego tarde, llego tarde! como el conejo de Alicia (y que no me lea esto doña Leire P., porque a lo peor lo interpreta en su cabecita por el lado que no es).

El último capítulo que escribe Barnes en su imprescindible... ¿novela? habla de algo muy sensato, muy racional, muy lógico. Palmario, vamos. Con todo el tiempo por delante para perfeccionarnos en lo que sea (su personaje quiere hacerlo con el golf, hasta lograr, cientos o miles de años por delante, conseguir el ratio golpe/hoyo, ese tan mítico de los adeptos a ese deporte. ¿Y después, qué? Puede que virtuosismo del violín a lo Paganini, del piano a lo Arthur Rubinstein, del dibujo a lo Daniel Urrabieta Vierge, de la magia escénica a lo Harry Houdini, de la cartomágica de René Lavand, de la literaria a lo Shakespeare, de la poética a lo Góngora, de la... ¿Y después?

Barnes lo dice, expresamente. El porcentaje de quienes, al cabo de todo, optan por la extinción, viene siendo el del 100%, ahora mismo no recuerdo en qué lapso de tiempo, inmenso o no, en ese paraíso en donde, en esos fabulosos desayunos descritos, hasta las cortezas del bacon perfecto están separadas en una bandejita cubierta para roerlas con delectación y sin ningún cuidado de que ningún colesterol se acumule en las potencialmente inmortales arterias.

"vitam aeternam". ¿No lo habremos recibido mal como herencia cultural, si lo que se oyó fuera algo así como "aetate vitae", o sea; "la vida con edad", "la vida vivida"?

Me ha encantado encontrarme con la referencia a uno de los libros que me parecen capitales, de lo mejor que ha producido el siglo XX (extraodinario el capítulo dedicado a la génesis de ese obra maestra pictórica que es "la Balsa de la Medusa", de Géricault, una visita al Louvre aún más imprescidible que a "La Gioconda", famosa por los miles de japoneses que taponan su visión de continuo.

Louella Parsons dijo...

Ya me había apetecido el libro de Barnes cuando leí la entrada de NRQ pero después de la entusiasta presentación que hace don LINDO de esta ¿novela?, creo que ya estoy convencida.

Gran huella de su patita...derecha.