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martes, 21 de septiembre de 2010

¿Caridad o egoísmo?

Hace un par de semanas se murió un vecino de mi pueblo. Murió solo, como había vivido los últimos veinte años de su vida.
Era un hombre entrañable y cariñoso, fumador empedernido, medio alcoholizado, abandonado y sin más horizonte que cobrar su exigua pensión, beber sus cubalibres y ver pasar la vida.
Tenía 70 años pero ya hacía mucho tiempo que era viejo.
Me avisaron a la hora de comer. T ha muerto.
Fui corriendo a su casa. Ya habían llegado algunos vecinos.
Lo vimos desde la calle, a través de la ventana de su habitación, tendido en su cama. Nadie quiso entrar en esa casa hasta que viniera alguna autoridad, no fuera que hubiera sido algo más que una muerte natural, nos dijeron algunos “entendidos”, no fuera que algún familiar nos denunciara o que tocáramos algo indebido.
Llegó la guardia civil, el médico que certificó su muerte, "muerte natural", dijo y el de la funeraria.
Ahora había que avisar a los familiares. Sólo tenía unos sobrinos que aparecían de vez en cuando por el pueblo. Alguien tenía su teléfono y les llamamos.
Preguntaron:
-¿Sabéis si ha hecho testamento?-,
-¿Sabéis si vendió aquellos prados que tenía?-

-No sabemos nada de los asuntos de vuestro tío-, respondimos.

-Es que si no tiene nada, si no hay un papel, no queremos hacernos cargo de su funeral y entierro

Todos enmudecimos y sentimos una súbita y enorme compasión por aquel hombre que yacía muerto en aquel camastro sucio, y destartalado como era toda su casa, todas sus ropas y toda su vida.
Al final, aliviados, los sobrinos anunciaron que vendrían.
Tardaron horas.
Hacía una tarde insólitamente calurosa para esas latitudes norteñas. El sol caía a plomo y apenas había sombra alrededor de la casa de T.
La guardia civil y el médico se fueron los primeros, los vecinos, poco a poco, también, a sus quehaceres y, por último, el de la funeraria, que se fue a tomar un café mientras esperaba a que llegaran los sobrinos aquellos.
Nos quedamos una mujer y yo incapaces de abandonar a ese hombre que se iba a quedar solo, muerto solo, ese hombre que tanto me había hecho reír con sus ocurrencias, siempre preguntando e interesándose por mis cosas, por mi vida y siempre dándome consejos que él nunca aplicó a su vida.

Allí estuvimos al lado de la vieja y desencajada ventana de su cuarto durante horas, cuidándolo con respeto y recordando anécdotas suyas con la ternura que merece un hombre bueno.
Llegaron los sobrinos y nos fuimos a casa con cierto desasosiego, sin saber muy bien en qué manos dejábamos a nuestro amigo.

Unos días más tarde una amiga mía me dijo:

-Bueno, lo hiciste por ti, no por él, lo hiciste para sentirte bien.-


Y nos enredamos en la clásica discusión que siempre me ha sacado de quicio.
¿Por qué si uno hace el bien a otro se dice que lo hace por él mismo y, por tanto, en el fondo todo es puro egoísmo?
Esta manía de dar la vuelta al argumento desvirtuando completamente la caridad y la vocación de servicio y ayuda, me exaspera.
¿Acaso las personas que entregan su vida a los demás lo hacen para sentirse bien consigo mismas?

Lo que hicimos esa tarde velando a aquel amigo que nadie quería fue un detalle tan insignificante que cualquiera lo hubiera hecho, era todo lo que se podía hacer en ese momento.

Sin embargo sí hay personas que entregan sus vidas a los demás, de una manera constante y exhaustiva.
Esta entrega, sin duda, debe producir una satisfacción enorme, pero ello no significa que lo hagan como un hipotético ejercicio o rédito moral.
Es lógico que siempre queramos que nos quieran por lo que somos y hacemos pero aquellos que dedican sus vidas a los demás, no esperan ni cariño, ni notoriedad, ni gratificación económica.
Pero siempre habrá algún tonto que crea que estas personas actúan así para ellos mismos, en su propio beneficio.

(Gracias Tasmania por cederme el turno)

14 comentarios:

Tasmania dijo...

El honor, la memoria, la palabra, son valores que pocos entienden hoy en día. Y el amor. Amar lo que haces y amar por quien lo haces ¿hay egoismo en eso?

Yo no lo creo. En mi opinión, la vida discurre en una corriente de amar y ser amado. Eso es todo. Nada menos. Pero si tuviera que elegir -Dios no lo quiera- preferiría amar a ser amada.

Ms. Parsons, ha sido un verdadero honor para mí cederle el slot de hoy. Usted encaja con mucha mejor solidez que yo. Mis saludos

Jujope dijo...

Gran post, amiga Louella. Entregarse así, en genérico, es un ejemplar acto de caridad, no cabe duda.
Pero, en cuanto al amor de pareja, lo tengo meridianamente claro, a estas alturas de la película. Prefiero un millón de veces ser querido. Y también eso es un inmenso acto de caridad, con la otra persona y con uno mismo -para nada egoísmo- por mucho que lo parezca (la comparación con la ayuda al prójimo o con la compasión es una falacia).

"Querer ciegamente" sí que es siempre egoísta. Y nada edificante para nadie, si no hay la menor contrapartida. Hay que querer en reciprocidad o no querer. Pero -en este caso estoy con Tasmania- "el honor, la memoria, la palabra" deben ponerse por delante de querer, en un contrato tácito y vinculante. Eso sí: son valores raros de encontrar, por no decir inexistentes.

Unknown dijo...

No importa cuales sean los motivos que te lleven a hacer obras de caridad, lo importante es hacerlas.
Es inevitable sentirse bien despúes de hacer algo por alguien,y además es necesario para así volver a hacerlo.

Louella Parsons dijo...

Bienvenida al blog, estimada SOFÍA.

Claro que uno se siente bien cuando hace una obra de caridad, pero eso no quiere decir que esa sea la principal razón para llevar a cabo una acción de este tipo.

Lo que yo veo es mucha autoexculpación en aquellos que creen que sólo el sentirse bien con uno mismo es lo que mueve a hacer algo por los demás.

--

Doña Tasmania, honour is mine.

Unknown dijo...
Este comentario ha sido eliminado por el autor.
Anónimo dijo...

La verdad, Luela. No creo que haya mucho que añadir a tu reflexión.
Es evidente que la genta da la vuelta a argumentos como éste...Podría dudar sobre el altruismo general, es decir que alguien tenga una vida altruista a todos sus niveles...sería casi, por no decir ,del todo utópico. Pero,¿actos altruistas? POR SUPUESTO!!!
Si no fuera así, ¿que sería la vocación? ¿ qué sería el amor paternofilial?, ¿qué sería el abandono de todas las comodidades para vivir en un entorno "hostil" toda la vida, cuando alguien va a dar todo de sí a los demás?
¿Qué sería de la sociedad?
Pues tal vez haya tanta gente que no cree en el altruismo porque la mayoría no somos capaces de hacer un acto así. Porque se desmorona la sociedad de valores y principios....
La satisfacción de alguien que da de comer a un hambriento es una CONSECUENCIA del acto que el individuo con valores, considera innegociable, y no LA CAUSA del acto en sí.
Así como el médico que a las tres de la madrugada salía a caballo para atender a una mujer de parto....por el dinero que le iba a dar la familia de condición humilde en una casa sin agua corriente ni luz? NO. ¿Y por sentirse agradecidos con él? NO. Lo hacía por vocación, por altruismo, por principios o valores. A ver si empezamos a extrapolar un poquitín y asumir que vivimos en una sociedad decadente( en la que me incluyo) pero no por eso digo que deje de ser decadente

Anónimo dijo...

Estimada Luela,
estoy plenamente de acuerdo con la reflexión sobre la caridad y el espíritu de servicio. Creo asimismo que hoy en día todos tenemos tendencia a refugiarnos en filosofías de tercera para eludir nuestras más esenciales y si acaso primeras obligaciones.
Sin ir más lejos, el otro día pasé en coche junto a una mujer con aspecto de marginal acompañada de un niño de unos dos años de edad. La mujer estaba sangrando de la rodilla y entre llantos me explicaba que estaba extremadamente dolorida y apenas podía caminar. Le ofrecí llevarle al hospital más cercano pero al parecer "el suyo" era otro, ante lo cual seguí mi camino y allí la dejé. En cuestión de segundos se me cayó la cara de vergüenza más allá del suelo y me vi obligada a dar la vuelta y comprobar qué había sido de su suerte. Nadie la había atendido, así que la llevé a su hospital. Evidentemente me sentí a gusto después, pero mi motivación no era ésa, sino la incapacidad de dejarla allí "tirada". Durante todo el día le seguí dando vueltas, pues ¿cómo había caído yo tan bajo para no haber reaccionado la primera vez? ¿es realmente tan decadente la sociedad? ¿Cómo es posible que nos planteemos si atender a alguien por necesidad, cariño, caridad, amor, altruismo o lo que sea obedece tan sólo a la necesidad de satisfacer nuestro yo?
Ese día me lo había cogido libre, para por fin "descansar". Sobra decir que el descanso pasó a segundo plano y que lo me quedó fue una jornada de reflexión.
Bravo Luela por fomentar debates sobre asuntos tan fundamentales.

Louella Parsons dijo...

Totalmente de acuerdo con "Anónimos" 1 y 2.

Causa y consecuencia. Tan sencillo como esto.

Tasmania dijo...

Mi madre, una hermosa mujer, culta, activa, admirable, se encontró mal un día en la calle. Vive en Barcelona y repentinamente, camino de su casa, muy cerca ya, se sintió mal...

Nadie, nadie, absolutamente nadie le preguntó qué le pasaba, si podían hacer algo por ella... cada vez que lo recuerdo se me enerva la sangre...

¿Caridad, egoísmo? a veces con un poco de empatía, amabilidad y educación sería suficiente.

Nrq dijo...

Post Hoc ergo propter hoc?
Los que escoramos más hacia el empirismo que hacia el racionalismo creemos que la causa / efecto es meramente una apariencia. El Evangelio ya lo dice, ¿No? Aquellos fariseos que sólo ayudan en público o que se ponen polvo de arroz en la cara para parecer que ayunan... ya saben. Desde luego el ejemplo que nos trae Ms Parsons respecto al comportamiento de los sobrinos no es el más recomendable, pero nadie es infalible. Creo en la educación, el respeto o la convivencia. No creo que se pueda amar a un extraño, pero sí, por supuesto, respetar su espacio y su integridad.

Nunca he pensado de mí que tenga una capacidad infinita de querer, creo de hecho que la tengo muy breve y muy acotada. No entiendo a la gente que dice que quiere mucho a su amigo, a su amiga, a su otro amigo, a esa amiga, a su compañera de trabajo... gente llena de amores. No sé, no me fío. Por eso prefiero identificar mi comportamiento como una derivada del respeto por el semejante.

Unknown dijo...

No sólo hemos perdido los valores más esenciales del ser humano, aquellos que nos diferencian de los animales, sino también las más mínimas normas de urbanidad (esa palabra que resuena tan antigua) que contribuían extraordinariamente a facilitar la convivencia.

Hagan la prueba. Les invito cordialmente a realizar ustedes mismos el trabajo de campo, un día cualquiera de esta semana. Salgan a la calle de buena mañana camino de sus trabajos, y comprueben cuánta gente da los buenos días en el autobús, cede el paso en una puerta, respeta un paso de cebra o un semáforo en ámbar, tiene paciencia en el cajero mientras quien lo utiliza se maneja torpemente, aparca ocupando una sola plaza, respeta el sitio que puedan ocupar otros, aguanta sin rechistar en la cola del supermercado, no pita mientras una madre sube y ata a sus niños en las correspondientes sillas del coche, cede el sitio a una embarazada en el Metro,… En la empresa donde trabajo, las señoras de la limpieza pasan a última hora de la tarde repasando las mesas, como seres absolutamente transparentes a los que nadie parece ver ni mucho menos les dirige la palabra.

De esta manera, las malas caras, los pitidos al conducir, la gente que grita en la recepción de un centro de salud,… se convierten en una constante. Y lo peor es que nos vamos acostumbrando a que eso sea ‘lo normal’, por frecuente, me refiero. No sé si es que el ritmo de vida actual es el cáncer de la buena educación, no sé si nos hemos instalado en el “da igual todo” o si, por un equivocado sentido de la modernez, hemos dejado atrás aquellas pequeñas costumbres que hacían la vida más fácil y más amable para todos, pensando que son de otro tiempo.

Definitivamente, estamos desevolucionando.

Unknown dijo...

Enhorabuena, Dña. Louella. Está usted triunfadora.

Jujope dijo...

De hecho, Mr. NRQ, esa gente que dice ir por el mundo queriendo a todo el mundo a la primera de cambio, resulta inextricable en verdad y más falsa que Judas. Yo tampoco me fío. Son lo peor, con el encanto -cara a la galería- de Alicia.

Jujope dijo...

Patricia: a mí, la gente, cada día me da más asco. Lo comenté el otro día con un viejo amigo sevillano, también misántropo por decepción justificada.

Ahora bien, no nos quepa la menor duda: la visceralidad para odiar -incluso en la afectividad- crece a ritmo agigantado por mor de la aceleración consciente hacia el infierno y su antesala, el "Gran Hermano Caín", que están llevando a cabo los políticos y todos sus adláteres manipuladores sociales y sexuales. Es pura ingeniería social (propiciada por la progresía iluminada), tendente a devolver al hombre su primigenio estado animal.