Ayer me envió un buen amigo este fotomontaje en el que se reúnen, de manera onírica, las imágenes de la ciudad en la que vivo. Esa fantasía extraordinaria, ese ensueño me revolvió y esos objetos que jalonan la naturaleza urbana me llevó al origen, al principio de todos los principios.
Cuando se priva a la filosofía del principio dialéctico, del entendimiento que singulariza y que, así, ordena y conforma -y no tiene dentro de sí ni medida ni regla- entonces, no le queda más remedio que intentar orientarse históricamente, tomando la tradición como fuente y pauta de conducta. Entonces, al igual que en nuestro país se pensó poder fundamentar la poesía sobre el conocimiento de los poemas de todas las naciones, habría también llegado la hora de buscar para la filosofía una norma y una base históricas.
Mi mayor respeto a las investigaciones históricas, me sumo a la opinión, casi universal, según la cual el hombre sólo se habría elevado desde la insensibilidad del instinto animal a la razón de modo paulatino. Sin embargo, creo que la verdad se encuentra muy próxima y que debemos buscar la solución a esos problemas que se han reanimado en nuestro tiempo, en primer lugar entre nosotros y en nuestro suelo, antes de encaminarnos hacia fuentes tan lejanas.
La época de la fe meramente histórica ya pasó, una vez que se ha dado la posibilidad de un conocimiento inmediato. Poseemos una revelación más antigua que ninguna de las escritas: la naturaleza. Ésta contiene figuras que nadie ha descifrado todavía, mientras que las de la revelación escrita han alcanzado su consumación y su interpretación desde hace tiempo.
Si pudiéramos encontrar la llave que abriera la comprensión de esta revelación no escrita, el único verdadero sistema de la religión y de la ciencia no aparecería en el vacío de unos pocos conceptos filosóficos y críticos trabajosamente reunidos. Al contrario, se nos mostraría a un tiempo en todo el esplendor de la verdad y la naturaleza.
No es ésta la hora de volver a despertar las viejas oposiciones dialécticas, sino de buscar lo que yace más allá y fuera de toda oposición.
2 comentarios:
Respecto a la dialéctica (del raro evolucionismo desde Dalí de la foto ya hablaremos otro día) vengo pensando de un tiempo a esta parte que primero fue la superstición, luego la trascendencia y la llegada del Zeus y su Olimpo. Esa sociedad dio sabios que extendieron su influencia por la avasalladora por toda Europa y Oriente próximo y su plebe tenía el teatro. Surgió Roma dejando a los Griegos hundidos como potencia (por medio iban los egipcios con recorrido similar).
Los romanos que, a diferencia de los griegos, coquetearon con la divinidad del dirigente máximo, fueron grandes filósofos, oradores, arquitectos e ingenieros, pero su plebe tenía semanas de circo. Tras ello se polarizan las épocas y se alterna el extremo místico de la Edad Media, con el humanista del Renacimiento, la vuelta a la espiritualidad en el siglo XVII... ya captan la idea. Desde mediados del XIX la nueva física hace que la ciencia coja impulso. Se multiplican los escritores, surge la figura del director de orquesta, el control sobre el átomo y el mundo digital.
¿Cuántas líneas me ha llevado? Pocas, pero es la evolución de nuestra civilización, de nuestra dialéctica; a bandazos (ojito con decir que los bandazos de nuestro gobierno, por tanto, reflejan la mejor tradición humanista).
Ahora vivimos una época extraña, de gran avance científico, tecnológico y de pensamiento, pero con un regusto a velocidad, como si tuviéramos que quemar etapas, que me lleva a pensar ¿qué quedará en 200 años de nuestra época? ¿Cuál habrá sido nuestro descubrimiento? ¿Perteneceremos a la época de Einstein, Hitler y la bomba atómica? ¿A la de Jobs y Gates e internet? ¿Qué escritores de todos los que se apilan en las librerías pasarán? ¿y músicos? Francamente, espero que no sean los de Potter, vampiros o bidones, ni Grandes o de la Cierva. Que en música no sea Lady Gaga (o cómo sobrevivir con un estribillo).
Decía Antonio Gaudí: "La originalidad consiste en volver a los orígenes". Y si tienen ocasión de visitar la exposición que se encuentra en el interior de la Sagrada Familia sobre su obra, comprobarán hasta qué punto es cierto. Es sorprendente ver cómo las caprichosas (y nunca vistas hasta entonces) formas ornamentales de su arquitectura estaban ahí, en las plantas, jardines y flores que habitaron su infancia. Resulta sorprendente ver sus sencillas maquetas de hilos y pequeñas pesas, bajo las cuales un espejo muestra con mimo cómo será la creación final. Conmueve su preocupación por que la luz natural inundase todas sus obras, configurándolas desde esa premisa básica.
"De modo que es original -continuaba- aquel que, con sus medios, vuelve a la simplicidad de las primeras soluciones."
Todo estaba en el principio. En la simplicidad. Que, por cierto, es muy diferente de la simpleza (que nos rodea por doquier).
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