No hay nada como decir la verdad. En momentos difíciles, precisamente en esos momentos, es cuando uno debe señalar la férrea voluntad de ser sincero.
Winston Churchill mostró al mundo el poder de la voluntad. Él mismo dijo que cuando la voluntad es sustituida por el deseo los resultados son diferentes a cuando la voluntad alimenta el deseo.
Más allá de lo que uno quiera o sepa. Ofrecer sangre, sudor y lágrimas como el sacrificio necesario para salir adelante es digno de un gran hombre. Ese discurso del 13 de mayo es memorable porque representa la determinación de un hombre, de una nación que tuvo que luchar sola contra el agresor.
Churchill le comentó en una ocasión -y en esas circunstancias- a uno de sus generales: “Pobre gente, pobre gente. Confían en mí y yo no les puedo ofrecer más que desastre por mucho tiempo” Sobrecogedor.
Pero hay dos aspectos de la vida política de Churchill sobradamente conocidos pero que han quedado oscurecidos en el recuerdo histórico merced al decisivo papel del político británico en la resolución de la segunda gran guerra. Me refiero a su preocupación por el poder de los bolcheviques, por la evolución del marxismo en el viejo continente y por la situación irlandesa.
Hay muchos Churchills en Sir Winston ¿no creen?
En las generales de 1918 la mayoría de los dirigentes liberales importantes perdieron su escaño pero David Lloyd George siguió como Primer Ministro británico y designó a Churchill Secretario de Estado para la Guerra y el Aire. Una de las preocupaciones de Sir Winston se centraba entonces en el bolchevismo y el temor de que éste se extendiera desde Japón hasta el centro de Europa. Desde 1917, fuerzas británicas operaban dentro de Rusia con la misión de evitar que los alemanes volvieran a establecer un frente oriental, pero sin implicarse directamente en la guerra civil rusa. En los primeros meses de 1919, Churchill intentó inútilmente fortalecer la presencia militar británica en Rusia, implicándose en la derrota de los bolcheviques, pero éstos siguieron fortaleciéndose en todo su territorio.
Churchill acusó entonces a sus colegas en el gobierno británico de traicionar a los rusos que luchaban contra el avance de la marea roja, pero lo único que consiguió fue un poco de ayuda para el líder contrarrevolucionario, Antón Denikin. A finales de octubre las últimas tropas británicas estacionadas en Murmansk y Arjangelsk abandonaron el suelo ruso.
Por otra parte, la situación irlandesa, a la que nunca había dejado de prestar atención, revivió en el político. Alarmado por la creciente influencia del Sinn Fein, a principios de 1920 Churchill se mostró partidario del envío de tropas regulares al sur de Irlanda y llegó a insinuar que para esta lucha toleraría las acciones irregulares que fueran necesarias.
“La nación tenía el corazón del león, yo tenía la suerte de aportar el rugido”
Sir Winston Churchill
miércoles, 1 de septiembre de 2010
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2 comentarios:
Ms Taz;
¿no cree que estos actos "de juventud" de Churchill no fueron los actos propios de ir ubicándose?
Me da la sensación, o quiero leer, que decisiones como éstas son de aquellas que van conformando el criterio de una persona inteligente.
Caray N, pues para ir ubicándose...el tipo hilaba fino. Ya ve, después de la II gran guerra éstos han sido dos de los grandes asuntos europeos del siglo XX
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