Tengo ante mí 24 horas de disposición a la serenidad, lo que no quiere decir que lo consiga, ni mucho menos, pero quizá el hecho de que no se presente el día preñado de infinitos horrores, como decía Ignatius Reilly, anime.
He pensado en el mercado y la ciudad. Muy propio. Me gusta reflexionar sobre ciudad y ciudadanía y a N le gusta hacerlo sobre el mercado y sus leyes. Repito, muy propio.
Bien, pues ahí voy.
Creo que la ciudad no puede ser reducida a valores de cambio, y el mercado es incapaz de resolver por sí solo -con su oferta y demanda- los grandes temas urbanos. Muchos liberales rechazan la idea de tener un plan para la ciudad por su directa oposición al mercado.
Veamos, el premio Nobel de economía, Hayeck, al que hemos echado mano a veces en esta zódiac como padre del pensamiento liberal actual, asegura que la única racionalidad efectiva es la que resulta del equilibrio de las acciones individuales y que no hay ninguna racionalidad superior a la de los individuos. Sin embargo, la realidad es tozuda y demuestra una y otra vez en diversas ciudades del mundo que el mercado es incapaz de resolver los conflictos urbanos.
Por su parte, otro Nobel de economía, Keynes, gurú del intervencionismo estatal en las leyes del mercado, dice que el futuro no se prevé sino que se inventa. Bien, además de ser una frase hermosa, redonda y... vacía, me resulta bastante evidente que una planificación coherente no puede hacerse de espaldas al mercado por la simple razón de que trabaja en el mismo contexto.
La transformación de las ciudades no puede quedar, a mi juicio, en un mero proceso descriptivo, reducido a su lógica. Supongo -no voy a contradecir a dos grandes, aunque opuestos, economistas, Dios me libre- que ambas reflexiones son formas de aproximarse a la ciudad de manera imprescindible pero insuficiente. La ciudad no será una mera extrapolación de tendencias históricas, si no que va a ser, en mi humilde opinión, el resultado de la capacidad creativa de cada generación.
Control normativo, sí, pero también innovación, creatividad, imaginación, funcionalidad... no me veo vagando por la ciudad y que el olor a salchichas me obligue -como a Reilly- a detenerme ante una fábrica que se llama "Vendedores Paraíso, Incorporated"
2 comentarios:
Normativa, sí….pero de mínimos.
Lo que sí observo, querida Tasmania, es la ”guetización” (perdón por el palabro) cada vez más acusada de las ciudades. Y esto sí que me parece incontrolable. Barrios chinos, árabes, indios, gays,…..y olor ¿a salchicha?, ya no. Ahora, a soja, a cus cus, a curry…..
Y si nos alejamos de los guetos, ¿qué nos encontramos? nuevas urbanizaciones en zonas residenciales (como las llaman) formadas por calles, casas, árboles, parques, columpios…..iguales.
Perros y coches iguales. Gente igual.
Todo impersonal, uniforme, ordenado….y lo peor, calles muertas.
Pero esto es lo que a la gente le hace feliz o al menos eso creen o les han hecho creer.
¿Por qué en otros países desarrollados no hay estas urbanizaciones iguales sino que cada casa es diferente y todos respetan unas normas de urbanización y urbanidad?
¿Es problema de cultura….o es la especulación la que nos obliga a vivir de esta forma?
Cierto Ms Parsons
En L.A. la ciudad se dispersa por un enoooorme territorio. Hay barrios que mejor no pisar, claro, pero, en general, discurres por la ciudad como una bola en un juego.
No es mi ciudad ideal pero cada casa es distinta y parecida. Distinta porque no tiene nada que ver una con otra pero parecida por los usos... rosales, pequeños parterres a la entrada, espaciosos jardines atrás... enormes despensas, discretos porches...
Y esa forma impersonal de vivir... qué razón tienes... calles muertas, olor a salchichas, Paraíso Incorporated...
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