El otro día leí un reportaje sobre unas condesas y princesas italianas que imparten cursos de cocina aristocrática en Florencia.
En las clases se incluían desde recetas tradicionales del patrimonio familiar y otros secretos culinarios hasta la forma más aristocrática de poner una mesa así como la distribución de los invitados según rango.
Mientras leía el artículo pensaba que, de la misma forma que un vino sabe mejor en una buena copa, un simple asado debe saber mejor servido en un comedor de un palacio florentino rodeado de obras de arte e historia.
Una de las aristócratas, la princesa Emanuela Notarbartolo, recomienda, por ejemplo, siempre menús ligeros, prestar atención a las flores y ¡servir cuanto antes las bebidas! Pero lo que me pareció más sofisticado por lo tradicional y antiguo fue que para esta descendiente de una antigua familia feudal siciliana, lo que nunca debe faltar es el Pasticcio di Maccheroni(1).
Resulta que este plato está descrito de forma asombrosa en la novela El Gatopardo, en una solemne cena que ofrece el príncipe a sus veinte invitados:
”El oro bruñido de la costra tostada, la fragancia de azúcar y canela que trascendía, no eran más que el preludio de la sensación de deleite que se liberaba del interior cuando el cuchillo rompía la tostadita capa: surgía primero un vapor cargado de aromas y asomaban luego los menudillos de pollo, los huevecillos duros, las hilachas de jamón, de pollo y el picadillo de trufa en la masa untuosa, muy caliente, de los macarrones cortados, cuyo extracto de carne daba un precioso color gamuza.”
Y me vinieron a la memoria otros platos aparecidos en maravillosas novelas que se me han quedado grabados como verdaderas exquisiteces, no sólo por su exhaustiva descripción, como el Pasticcio di Maccheroni, sino por formar parte de escenarios de otras épocas donde transcurren románticas y fabulosas historias.
Así, por ejemplo, nunca se me olvidará aquel pavo relleno de castañas previamente cocidas en leche con vainilla o la mantequilla colocada sobre un plato lleno de nieve recién caída, de la novela “La amante de Bolzano” de Sandor Marai.
Ni tampoco la forma exacta en la que debe hacerse el chocolate en la novela “Como agua para chocolate”(2) de Laura Esquivel, para que no salga pasado de punto o poco cocido, muy espeso o peor aun, quemado, incluyendo también el modo en el que debe ser servido de manera que la superficie de la taza quede cubierta de espuma.
Y así, ¡cuántos momentos!
Cuando en una novela se describen recetas o platos rodeados de todo el ambiente que estás viviendo durante la lectura, ya sea renacentista o del siglo XIX, ya sea en Bolzano o en México, ya sea de caballeros o romántica......estos los imaginas como manjares tan apetecibles que en cuanto terminas el libro quieres ir a comprar los ingredientes necesarios y prepararlos de inmediato.
En cambio, cuando esa misma receta la lees un fin de semana en el dominical de cualquier periódico, seguramente no te dirá nada y ni te molestarás siquiera en leerla.
Estos escenarios de otra época y este romanticismo desbordante nos estimula para plantearnos cocinar, de vez en cuando, una comida laboriosa, cuidando todos los detalles, manteles, copas, flores….y trasladarnos, aunque sólo sea mientras dura la elaboración del festín, a esos ambientes y lugares en los que habíamos estado mientras leíamos nuestro libro.
Y esta forma de preparar una comida o cena, evocando los momentos de la novela también es una forma de disfrutar cocinando, ¿no creen?
(1) Según Massimo Alberini, un experto en cocina italiana, el Pasticcio di Maccheroni es un plato que para ser apreciado requiere de una cierta cultura gastronómica: no invitar a quien no tenga nivel para entenderlo y que encuentre absurda la mezcla de dulce y salado de las grandes épocas de la cocina italiana.
(2)En esta novela hay una divertida y acertada descripción del momento en que Tita, la protagonista, se encontró con los ojos de Pedro ”…..y comprendió perfectamente lo que debe sentir la masa de un buñuelo al entrar en contacto con el aceite hirviendo”.
jueves, 30 de septiembre de 2010
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4 comentarios:
Es cierto Luela. El entorno es esencial. Aunque para dejarse inspirar no siempre hay que recurrir a escenarios tan sofisticados. Yo aún recuerdo con "hambre" el queso fundido que le hacía el abuelo a Heidi en la cabaña cuando volvía agotada de sus correrías por las cumbres alpinas. Ni la mejor receta ni la mejora publicidad de una "fondue" podrá superar el mundo de sensaciones y olores que en mí despierta ese pasaje. Todavía soy capaz de oler el queso de aquella novela que leí en mi infancia y sentir lo que probablemente sentiría Heidi ¡Qué felicidad sentarse en la intimidad de la cabaña a disfrutar ese plato tan sencillo!
LOU, QUERIDA:
La vastedad de tus lecturas nunca deja de sorprenderme, my dear .
Nunca he sido entusiasta de la cocina italiana. Por lo que a mí respecta, ese país parece poblado por gentes que nada tienen que ver con las que edificaron el Duomo o la Catedral de San Marcos...
El hecho de que unas princesas impartan cursos de cocina avala mi tesis.
¿Te imaginas a la Duquesa de Kent enseñando a preparar el puding de arándanos?
Jesus Christ! ¡Qué tiempos, estos?
Pues sí, definitivamente sí. A mí me encanta recibir gente en casa, celebrar comidas... de carnaval, de navidad, porque sí, porque me da la gana... mi casa es una romería la verdad, pero disfruto muchísimo.
Me gusta cocinar, y que cocinen para mí, naturalmente, pero de lo que más disfruto es de poner la mesa, disponer el exterior, poner a punto el jardín... que todo esté perfecto (bueno, lo perfecto que puede estar, claro)
También es cierto que en Galicia, en particular, invitar a casa, a comer, es todo un ceremonial...
Queridita: A mí me ha entrado un hambre terrible y sospecho que volveré a desayunar. Eso sí, disfrutando aún más de la mesa bien puesta.
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