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lunes, 22 de noviembre de 2010

Y ¿quién soy yo? Lo cierto y lo adquirido

Pocos nombres son tan famosos en la psicología como el de Sigmund Freud. ¿Se debe su fama a haber sido un hombre sexy, como Sean Connery? No precisamente. Sin embargo, sus ideas siguen generando polémica en todas partes: en el cine, en el arte y hasta en nuestras conversaciones cotidianas. "¡Cometiste un lapsus freudiano!" se oye decir... Todos cometemos lapsus freudianos de vez en cuando, algunos leves, otros más graves. ¿Alguna vez has llamado a alguien por el nombre de otra persona?

Seguro que habréis visto alguna película en la que Wody Allen deambula angustiado en una clara demostración de las nociones freudianas de ansiedad psíquica y mecanismos de defensa. Y estoy segura de que alguno ha tenido por lo menos un jefe que no ha pasado de la etapa anal y que, por vivir pendiente de los detalles y errores más triviales, os genera un estrés indescriptible. El impacto de Freud es incuestionable.

Una de las cuestiones que más me interesan de Freud es la importancia que le otorga a los recuerdos. ¿En qué quedaría convertida nuestra personalidad si se borraran todos nuestros recuerdos? ¿El primer día de cole? ¿El día en que perdimos la virginidad? ¿El primer libro que abrimos en nuestras manos, llenos de curiosidad? ¿El primer beso que recibimos? Freud creía que los recuerdos y la forma en que están organizados en la mente constituyen un aspecto vital de nuestra personalidad. Según Freud, la memoria consta de tres componentes que se diferencian en el grado de conciencia que tenemos acerca del material que contienen.

¿Y quién sería yo sin mis compulsiones obsesivas compulsivas? ¿Quién sin mi afán perfeccionista? ¿Quién sin mis culpas y mis motivaciones? ¿Quién sin mis lecturas, mi música, mis contrapuntos? Otra persona, sin duda, otra.

4 comentarios:

Noumenadas dijo...

Es de bien nacidos no renegar de cuanto se acumula en nuestra memoria y nos va modelando tal como somos.

Ayer escuchaba de pasada al cantante Miguel Ríos, haciendo alarde de su izquierdismo, cómo manifestaba no querer saber del pasado y darle más importancia al futuro. Obviamente se trata de una impostura obligada por su pose (y su psoe), que no por su posición económica. Y tuvo cierta gracia su desgracia de pensamiento, porque reconoció "no querer sentir nostalgia", aunque eso sí: "me gusta la Historia", añadía. En fin, el cinismo tremendo al que estos nos tienen acostrumbrados.

Sí, querida Tasmania. Somos fundamentalmente la huella indeleble de ese primer beso y de todo lo que lo rodeó. Que rastreamos ansiosos en quien tenemos la sugestión de haber presentido en tiempos mejores.

Sobre los jefes: pero...¿existen de verdad los que no se obsesionen con los detalles más nimios?

Nrq dijo...

Skinner al poder

Tasmania dijo...

N, tal vez te vendría bien una temporadita en la caja de Skinner...

Louella Parsons dijo...

Yo tuve un trabajo en el que tenía dos jefas. Eran hermanas.
Una era impulsiva y echaba broncas por todo y a todas horas pero se le veía venir y era un libro abierto sin maldad alguna. Se le pasaba el mosqueo enseguida y todo volvía a la normalidad.

La otra era reservada y nunca reñía. Se hacía la amiga tuya y te invitaba a café para charlar en plan colegui y conseguir información sobre gente de la empresa. No me fiaba nada. Nunca sabías qué quería realmente.

No llegué a deambular presa de alguna ansiedad psíquita pero recuerdo aquello como un enorme estrés.