Los últimos veinte años del siglo XIX figuran entre los más fértiles y decisivos de la historia del arte, del pensamiento y de la ciencia. Se habrá precisado un siglo -y un buen puñado de sacudidas ideológicas y políticas- para que la aspiración a la libertad afirmada en la Declaración de los derechos humanos sea ¿efectiva?
Hacia 1880 todo invita al individuo a reconsiderar su situación en el universo y a descubrir nuevas razones de ser. En la totalidad de los sectores de la actividad humana, las promesas del futuro condenan definitivamente los modelos del pasado. Se hace necesaria una total reapropiación del hombre y del modelo cada vez que la ideología y las prácticas de las generaciones precedentes parecen inadaptadas al momento que se vive.
Pero el equilibrio inestable de un mundo dominado por el hombre -que se impone en los albores del Renacimiento y se funda en las medidas ópticas del arte- se ve de pronto comprometido por las revelaciones científicaas, que lanzan un reto a la realidad de las apariencias y, entonces, de nuevo, se debe inventar otro equilibrio social.
Entonces, la conciencia de los derechos y de los deberes del individuo revelan a los espíritus más lúcidos la imposibilidad de encontrar mejores guías en la expresión del presente y, más tarde, del porvenir, que los de la verdad de su propia experiencia.
Llegados al siglo XXI necesitamos reinventarnos de nuevo, como individuos, como grupo social, como descarnada realidad que nos condena a repetirnos una y otra vez.
viernes, 3 de diciembre de 2010
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6 comentarios:
Es verdad. No nos queda otra. Hace ya demasiado que tocamos fondo...
Como no sea esa bacteria que vive en arsénico, descubierta por la NASA...
No obstante, todavía queda mucho Peter Pan y mucha Alicia pululando por ahí, creyéndose que su estulticia e inmoralidad infinita son lo guay.
También pensaba yo en la bacteria esa... en arsénico Juante, ¿no es increíble la capacidad de la vida para adaptarse y continuar ese ciclo infinito?
Estoy leyendo un libro que se titula "Los usos del pesimismo" y en el que el autor, el británico Scruton, nos previene de aquellos que quieren introducir reformas en la sociedad basándose en utopías o creencias sin ningún fundamento, sin valorar el coste del error ni asumir su responsabilidad. Scruton los llama optimistas sin escrúpulos.
Los pesimistas, en este caso, o los que “usan” el pesimismo, son los prudentes y cautos, los que abogan porque la sociedad se vaya adaptando poco a poco a los cambios, de forma espontánea, sin manipulaciones sociales.
Muy interesante.
Mi apreciación puede ser pobre ante compañeros que dominan los secretos de la Sociología, pero cada vez tengo más la sensación de que esta crisis, que aún se agrava a nivel de la calle, digan lo que digan los indicadores, va a provocar un movimiento de reorganización social. No una revolución. O, en todo caso, una silente. No se trata de una mera reagrupación familiar, para ayudarse y cubrir los huecos de las vidas de otros. Creo que va a trascender a las familias y funcionará, como un "bluetooth" social, una búsqueda bien por afinidades electivas, bien por urgencias desaforadas, inapelables, en la que grupos de familias se junten, poniendo unas techo, otras magros medios, otras utillería, creándose microcomunidades que nadarán en el microclima de la economía subterranea, de supervivencia, creándose en ellos conciencia de estar fuera de una sociedad que les ha dado la espalda, pero con la que no quieren -formalmente- romper, acercándose -dejemos aparte la corrección política- al estilo de vida de la etnia gitana. Sencillamente, entenderán que han de sentirse y saberse autosuficientes, usuarios de leyes y costumbres nuevas, de trueque, lejos de los radares de un bienestar social que les ha dejado de lado.
Y disculpen si me he salido un poco del tema.
Hola, Tasmania, estoy de acuerdo con las apreciaciones tan interesantes que haces, con que no pueden ignorarse los nuevos retos ante los que ciencia y arte ponen a las ideologías para reformularse, pero la reflexión y la cita que aporta Louella me parecen sabrosísimas: pocas cosas más nocivas que las utopías fanáticas, que empeñadas en traer el Cielo a la Tierra siempre acaban por devenir infiernos. Cuanto mejor en política el gradualismo y la prudencia, y el comprender que son los hombres... hombres y no dioses, y que se ha de aprender más de la experiencia que de una supuesta intuición telúrica. Un saludo
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