Hoy se conmemora el día del nacimiento de uno de los personajes históricos que más me han atraído desde siempre… bueno, de acuerdo, acepto que la cultura de masas me llevó a él; Tomás Becket y sí, descubrí a Becket por la genial película protagonizada por Burton y O'Toole en la que, al principio, O'Toole se desnuda y se arrodilla delante del sepulcro del, posteriormente, santo inglés.
Becket nació en la actual Francia, en Rouen, la misma ciudad del ciclo de catedral de Monet. Entonces los normandos dominaban Inglaterra y parte de Francia con lo cual, aunque el territorio se mantenía la cultura predominaba y este hecho facilitaba el tráfico de personas, mercancías e ideas de un lado al otro del Canal; a fin de cuentas todo era normando.
Becket estuvo desde joven ligado a Canterbury y ya entonces demostró una inteligencia, visión y capacidad políticas por encima de lo normal, con lo que se le encargaron varias misiones diplomáticas a Roma como emisario del Arzobispo.
Tan cercano al clero, Enrique II le incluye en su consejo. El monarca normando quiere eliminar el poder de la iglesia porque dicha influencia le resta autoridad y acude a Tomás para que, con su conocimiento desde dentro, pueda enseñarle las trazas más eficientes para lograr su fin y dominar sin rival Normandía y luego Francia. Becket es consejero y amigo de Enrique, tanto que le nombra tutor de su hijo. Pero el arzopbispo de Canterbury, Teobaldo, muere y el puesto queda vacante. Enrique sólo tiene una opción y es Tomás. Alejandro III le impone la púrpura en Tours y Enrique tiene a su mejor aliado dentro de lo que quiere dominar. Pero Tomás resulta un hombre de compromisos y la ley de Dios queda por encima de cualquier ley humana y, desde el mismo momento que es nombrado, toma partido por la iglesia y se pone a las órdenes del Papa Alejandro III. Ahora Enrique, con quién tiene que negociar es con quién negoció por él. Enrique no puede con su antiguo consejero y le persigue para juzgarle. Tomás huye a Francia y, pese a que la influencia de Enrique es grande y en el camino nunca estaría a salvo, Luis VII de Francia le protege.
Para mí lo más interesante de esta historia llega en el momento en que sobre el tablero tenemos a un rey inglés que quiere gobernar de forma absoluta, un rey francés que no quiere perder territorio en la prolongación de una disputa de siglos, un Papa que se enfrenta al eterno dilema del poder terrenal y el poder religioso (con varios cismas en ciernes) y un clérigo que, movido por su convicción, no está dispuesto a ceder un palmo de terreno por defender lo que él cree. El final de la partida es muy simple; Enrique presiona a Alejandro y a Luís. Ambos muestran sus reticencias a la protección de Becket. Becket ve que no puede protegerse en un sitio dónde le van a entregar, pero también sabe que no puede huir, que esto no va con su convicción. Becket vuelve a Inglaterra y 4 duques, que buscan el mismo favor del rey que antes tenía Becket, asesinan a éste. ¿Quería Enrique este final para su antiguo amigo? ¿dejó de apreciar y querer Enrique en algún momento a Becket? Bueno, la película nos deja con una duda más que razonable en la imagen del rey desnudo ante el sepulcro para pedir perdón al amigo, pero lo importante no es esto. Esto es sólo la parte romántica.
Lo importante es, que desde el principio de los tiempos, el más convencido es el primer sacrificado cuando llega la hora de establecer un nuevo orden entre dos enemigos. Desde el principio de nuestra historia la táctica ha sido evitar el enfrentamiento directo o materializarlo en un personaje inteligente y de ferréas convicciones para luego volcar sobre él la mayor parte de la responsabilidad del enfrentamiento y, entonces, eliminarle de la ecuación.
Piensen en ejemplos y no sólo en los libros.
martes, 21 de diciembre de 2010
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2 comentarios:
Magnífica reseña, amigo. Parece que es siempre el Poder para el que menos frenos morales para abusar de él posee, y su víctima propiciatoria precisamente el hombre de convicciones, porque su sola presencia le acusa. Un saludo
Gracias.
Acaso nos equivocamos cuando planteamos llevar hasta el final nuestros principios sin esperar ver hasta dónde los lleva aquél para el que trabajamos
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