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viernes, 18 de junio de 2010

Bobby



Ayer surgió una noticia que hablaba de Bobby Fischer y de no-sé-qué historia relacionada con una posible paternidad. Este es uno de esos momentos en los que no quiero ir a una web e informarme de qué ocurre exactamente porque creo que, entre otras cosas, hablaban de exhumar su cadáver.
Fischer es uno de esos mitos que han justificado que, en determinados momentos, salieran los medios de comunicación a hablar de un tema complicado a través de un icono y que valorando el icono por extensión se valorara el tema en cuestión. Desde Fischer el ajedrez dejó de ser el juego-ciencia de Capablanca, Botvinnik, Tal o Petrossian para convertirse, en cierta manera, en la pasión de un genio o un loco. De hecho fue esta última disyuntiva lo que más interés levantaba, incluso más que el propio juego. Apuesto a que muchos aficionados al ajedrez podrían discutirme ahora que no es así y que el ajedrez tiene entidad propia. Si lo hacen desde luego que les daré la razón, pero los medios son lo que son y para dar una noticia en 300 palabras o en 3 minutos, saben que se capta la atención mucho más si se dice "genio" a que si se dice "apertura".


Nunca he sido un gran jugador de ajedrez. Cierta incapacidad de mi memoria unido a otra cierta falta de disciplina han logrado que lo que más puedo decir de mí es que no dudo en cuál es el movimiento de cada ficha. Cierto es que en cada ordenador siempre tuve un juego al que me forzaba a competir contra la máquina. Con la llegada de los teléfonos táctiles también lo llevaba conmigo donde fuera y aprovechaba tiempos perdidos. Pero ganar partidas… bueno, puedo recordar cada una de las que he ganado y, como digo, mi memoria no es prodigiosa.
Para mí, por tanto, el ajedrez mantiene ese misterio de lo inaccesible y me maravillan las partidas rápidas al igual que los torneos que requieren horas. Mirar un tablero con sus fichas siempre me ha hecho pensar en lo sensiblemente cerca que estaba y, a la vez, lo intelectualmente lejos que lo veía. 64 escaques que me parecían un territorio muy constreñido para toda la creatividad y el enorme espacio que los ajedrecistas sabían sacar de él. Fischer representaba la total entrega a ese mundo inalcanzable. 


FIscher ganó el campeonato del mundo en 1972, que fue el año en que nací, y eso hizo que en un primer momento me llamara la atención este personaje de Brooklyn. Luego fue su vida. Hijo de una enfermera y de un padre que les abandonó a él, a su madre y a su hermana, desarrolla afición por el ajedrez por las largas hora de quedarse en casa producto de los turnos de su madre. La verdad es que podía haber salido pandillero o físico nuclear, pero siempre demostró ser muy soberbio e impaciente y el ajedrez debió darle cumplida satisfacción en ambos aspectos.
Ni que decir tiene que gran maestro muy joven, llega a jugar la final de un campeonato del mundo en el que todo lo que había en los primeros puesto eran soviéticos. Spassky, su rival, iba con una tropa de asesores, entrenadores, estrategas… y él desembarcó en Reykjavik solo y habiendo ganado la primera partida sin salir de su país. Imaginen a todos esos soviéticos esperándole en Islandia y Bobby sin aparecer. Por supuesto Spassky el que peor lo pasaba, porque era el que tenía que sentarse frente al él y al tablero y aguantar las consignas de todo el séquito de acompañantes. Fischer se quejó de todo; de las cámaras, de las fichas, del contraste de los escaques… hasta de que su habitación tenía vistas demasiado bonitas. Para él todo esto era también parte del ajedrez. Extrapoló lo que semana a semana venimos viendo que hacen los medios deportivos con el fútbol, por ejemplo, a una práctica de sesudos estrategas que no esperaban nunca que su arte se viera contaminado por actitudes semejantes. creaba polémica, criticaba al contrario, se victimizaba… En una palabra, caldeaba el ambiente.


Como ya sabemos ganó, desapareció durante 20 años y volvió en el 92 a darle la revancha a Spassky, muy posiblemente por dinero. Ganó y desapareció de nuevo. Ni siquiera llegó a defender su título tres años más tarde, lo que hizo que Karpov fuera un campeón que no había destronado a nadie. Irónico en una actividad como el ajedrez, ¿verdad? ¡Fischer fue campeón del mundo 3 años solamente!. Jordan tiene 6 anillos de la NBA y Phil Jackson ya (mis Celtics acaban de perder) 11 como entrenador. Spitz ganó 7 medallas de oro en una Olimpiada (la del '72, claro) y con ellos Phelps, Lewis, Federer… campeones de muchas competiciones año tras año, tras año. Fischer no; llegó, ganó y desapareció.


Cosas de un loco, pueden decir, y eso es lo que la noticia ha buscado siempre en él. La extravagancia. Si hubiera pasado con Spassky nunca nos habríamos enterado. Por ejemplo Kasparov es más conocido por sus inquietudes políticas y por haber perdido contra una máquina. Cosas de un loco que ha hecho que su personaje se imponga a un arte, para algunos un juego y para muchos una ciencia del que la mayor parte de la audiencia no ha tenido la paciencia suficiente ni las ganas de enfrentarse a él. Un personaje impuesto a la propia persona que lo detenta. El mundo del ajedrez sigue estudiando sus partidas porque están llamadas a perdurar como grandes innovaciones y el reflejo de un genio. Su personalidad demostró que supo jugar no sólo con el tablero, sino con todo lo que tenía delante y siempre para ganar la partida correspondiente. Pero, en el fondo, tan sólo queda que son cosas de un loco.

8 comentarios:

nuki dijo...

Esto es lo de siempre, el dinero.

Nrq dijo...

Ms Nuria;

si es por el dinero de Fischer (vivo) he de reconocer que era un artista de la promo y que en gran medida era como era para aumentar su caché. Esto, desde mi punto de vista le añade cordura, eliminando, claro, locura.

Si es por lo de sacar el féretro, el ADN y tal... pues sí, dinero. Lo bueno es que el signo "Fischer" asociado a su significado, todavía no es (y espero que no sea) el del derrotado barbudo de sus últimos días y menos del hiperDesahuciado de su tumba.

Por cierto; gracias y bienvenida

Louella Parsons dijo...

Aprendí a jugar al ajedrez hacia los doce años.
No sé muy bien quién me enseñó pero recuerdo que en aquel entonces empecé a jugar mucho con una amiga mía en un pequeño ajedrez magnético que nos llevábamos a un parque que había debajo de casa.
Y me pareció un descubrimiento maravilloso, me asombraba lo fácil que era jugar y lo complicado que era hacerlo bien y ganar.
Sin embargo, el ajedrez pronto dejó de interesarme por dos razones principalmente, una por cobardía y otra por impaciencia, me explico:

1ª: ella era mejor que yo (practicaba en su casa con sus hermanos y yo no) y me empezó a ganar siempre y me desanimé (además, yo no tenía buen perder).
2ª: no podía dominar mi cabeza cuando las ideas se empezaban a amontonar una detrás de otra y de una forma tan rápida que se iban solapando entre ellas, y cuando quería mover la ficha ya no podía encontrar la estrategia. Se había perdido en aquel caos mental.

Por eso me ha gustado la expresión de NRQ para los 64 escaques: ”…un territorio muy constreñido para toda la creatividad.”.
Es genial porque es justo así, unas cuantas fichas y tu mente abriendo caminos inmensos e inabarcables, claro, que en la mayoría de los casos, o son muy cortos o te pierdes en ellos.

Mozart decía que cuando tenía una obra en su cabeza la veía íntegramente. Es decir, no nota a nota como nosotros, no desde el principio al fin como los demás, sino que la percibía de forma total. Él decía que la veía como si fuera un banquete, como si entraras en una habitación y hubiera dentro un banquete.

Mentes privilegiadas, genios….un mundo apasionante.

Tasmania dijo...

Interesante la historia de Fischer... todos los genios son locos o al menos se columpian en el filo de la navaja.

Dices N que aquello que no alcanzas a comprender se envuelve en misterio, en magia, que nos hace comportarnos como niños...admiramos sin llegar a entender, nos quedamos en el cielo estrellado cuando nos explican el significado del universo... pero ese cielo es tan increíble!!!

Bienvenida Nuria.

Feroz dijo...

Pues yo tengo un libro de Fischer (de ajedrez, claro) desde el año 1973, que es cuando se editó en España y el título es: Fischer enseña ajedrez.

¿A qué no se lo esperaban?

Buenas noches.

Tasmania dijo...

No Feroz, yo, al menos, no lo esperaba... eres tan impredecible...

Noumenadas dijo...

Son los mejores, los que no necesitan demostrar nada.

En Música, conocidos son los casos de Carlos Kleiber y Sergiu Celibidache. No se mostraron ni prolíficos ni mediáticos. Pero no hay arte superior interpretando.

Unknown dijo...

Sé muy poco de Bobby Fischer, y es este escaso conocimiento (anclado fundamentalmente en el personaje 'mítico' que los medios nos han dado a conocer) el que me lleva a pensar si controlaba conscientemente ese entorno y lo manejaba a voluntad, como parece querer decirnos D. NRQ, o su comportamiento respondía más bien a un conjunto de manías, más o menos sofisticadas, que contribuían a alimentar la figura del genio loco.

Fiel a mi costumbre de desgranar la parte intrínsecamente emocional, el texto me trae una segunda reflexión, hilada con la anterior.

"Un personaje impuesto a la propia persona que lo detenta."

El personaje que cada uno de nosotros construimos sobre nuestro verdadero ser, y que edificamos a base de creencias (propias o ajenas, ciertas o falsas) y etiquetas (heredadas o adquiridas, cuestionadas o aceptadas), reforzadas por comportamientos que nos muestren (primero a nosotros mismos, luego al resto del mundo) que somos 'así', de esa determinada manera.

Conozco casos de personas devoradas por su propio personaje. Conozco otros que, valientemente, se han cuestionado hasta la característica aparentemente más nimia, desde aquel día en que se miraron en el espejo y no se reconocieron.

"¿Por qué?" puede ser a veces una buena pregunta.

Por qué reacciono con ira, por qué me impone tanto la carretera, por qué no me gusta la comida china, por qué soy fatal para el deporte,...

Mañana es domingo (bueno, hoy ya). Un buen día para ensayar algo nuevo, leer algo distinto (como nos invitaba Dña. Louella la otra tarde) o romper una etiqueta que nos limite y nos presente ante el mundo como un producto terminado, sin posibilidad por tanto de crecimiento o evolución.

Yo, de momento, on the road.