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jueves, 24 de junio de 2010

Compasión



Cualquiera que haya estado en Roma… ya estoy generalizando. Si han estado en Roma muy posiblemente hayan estado en la Via del Quirinale. Es una calle importante pero corta que se encuentra en lo alto de la colina del mismo nombre. Se orienta de SurOeste a NorEste y limita con la vía del 24 de mayo y la del 20 de septiembre respectivamente. Una vez terminada la referencia urbana posiblemente la localicen mejor si les digo que es la calle dónde se encuentra el palacio del Presidente de la República Italiana, el Palacio del Quirinal, con su enorme plaza abierta, dónde están los edificios públicos y representativos de alto rango y, finalmente, dónde se encuentran dos iglesias barrocas que no deben dejar de visitar, Sant Carlo Alle Quattro Fontane y Sant Andrea al Quirinale.


Pues bien, independientemente de lo bellas que sean, que lo son, son otra prueba de una vieja rivalidad entre dos artistas, Francesco Borromini y Gian Lorenzo Bernini (respectivamente, también). Coetáneos, se llevaban un año de diferencia. y rivales. Muy rivales. Se estuvieron persiguiendo a lo largo de todo el siglo XVII a base de construir iglesias y capillas hasta que Borromini, en un ataque de nervios y hundido en una depresión, se suicida en Roma. Cierto romanticismo me impulsa a creer que lo hizo por la tensión de esa rivalidad y como la leyenda es mucho más divertida que la historia, pues miren, me quedo yo también con la leyenda.


El caso es que Bernini era el artista de las ordenes ricas y del Vaticano y Borromini el de las órdenes no tan poderosas. Así Sant Andrea es una iglesia ordenada construir por los jesuitas y Sant Carlo por los trinitarios. Las dos son pequeñas, recogidas. La de Borromini es más recargada y ostentosa en la fachada y el interior tiene una claridad poco usual para una iglesia romana del barroco. Si será pequeña que contiene en su interior una cúpula ovalada que usa un efecto óptico para dar sensación de mayor tamaño. Sant Andrea es de fachada sobria, pero con elementos curvos que rompen el ritmo de las pilastras y el frontón que dan la sensación de ir a buscar al visitante.


Pero volvamos a la rivalidad y al tema de quién contrataba a cada uno. Bernini era el gran escultor y arquitecto de Roma. Todo aquel que tuviera dinero, mucho dinero, quería una obra suya, civil o religiosa y así encontramos Roma con fuentes, iglesias y esculturas en calles principales, como puntos de referencia o decorando estancias y completando altares. Borromini, centrado en la arquitectura, tiene en Santa Inés su obra mejor posicionada a nivel urbano siendo la iglesia que preside la plaza Navona, si acaso el ejemplo más popular de esta rivalidad. Pues a poco que uno se haya parado a curiosear en la vida de ambos acaba tomando partido por uno de ellos. Si somos proclives a la simpatía por el débil, o por el menos privilegiado, el que más ha tenido que luchar, pues caes del lado de Borromini. Si por lo que uno tiene querencia es por el poder, por la gente de marcado carácter político y que sabe desenvolverse entre papas y reyes pero con cierto toque canalla, pues te escoras hacia Bernini. Pero con cuidado, porque Borromini representa algo que se ha ido replicando a lo largo de la historia con mucha frecuencia y refleja un comportamiento humano que nace de lo inconsciente y es la dualidad de sentimientos hacia la víctima. Con Bernini no hay problema, porque nunca le faltó de nada, pero Francesco era más retraído, con menos habilidad política. Esperaba el encargo más que ir a buscarlo, más que ganarlo. Uno de sus retratos muestra a un hombre con bigote y perilla pero como lampiño, con la mirada fija en el espectador, pero como a punto de mirar al suelo, asustado… y todo esto hace que sintamos cierta ternura, cuando no compasión y resulta que la compasión hace ganar adeptos.


Se han dado cuenta, ¿verdad? Hoy en día cuando un partido o los medios de comunicación arremeten contra un político o un empresario al principio logran que sintamos la causa por la que es denunciado. Pero como la exposición sea mucha y la crítica no frene, hay un punto de inflexión en el que el protagonista del ataque pasa a situarse como víctima, no ya por la defensa de sí mismo que realice, sino porque tanto ataque hace que nazca en las personas un sentimiento de compasión. Entonces, la siguiente acusación ya no es algo que denuncie un comportamiento censurable y pasa a convertirse en la primera piedra de una lapidación innecesaria. Es cuando la valoración del acusado remonta y la el elemento fiscalizador se deteriora por que se le percibe como un inquisidor con inquina que lo que quiere es anular al primero. La línea es muy sutil y es muy fácil traspasarla. De hecho se traspasa con mucha frecuencia y hace que sintamos simpatía por quién nunca hubiéramos esperado tenerla. No saber manejar estas situaciones y dejar que la critica se desborde es algo que estrategas y asesores, desde mi punto de vista, no articulan de manera adecuada y hacen que un mal gestor se acabe convirtiendo en un mártir y, entonces, es muy difícil que la opinión pública perciba su incompetencia.

3 comentarios:

Louella Parsons dijo...

Cuando he terminado de leer el magnífico texto de NRQ, me he acordado inmediatamente de la película “Canción inolvidable” sobre la vida de Chopin, que la vi cuando tenía unos doce años y recuerdo que se me quedó grabada la escena en la que Chopin, ya enfermo de tuberculosis, tocaba el piano y unas gotas de sangre de la nariz le caían sobre las teclas blancas del piano y me impresionó mucho, sobre todo porque al final, él moría sin solución, y sentí tanta compasión que nada más terminar la película me puse a escuchar todos los discos de Chopin que había en mi casa y, desde entonces, siempre he sentido algo especial por este compositor romántico y melancólico y algo parecido me ocurrió con Brahms cuando me enteré de que toda su vida estuvo enamorado de Clara Schumann sin que fuera correspondido y me conmovió profundamente su situación y, desde entonces, empecé a oír su música de una forma más apasionada, o qué decir en el sentido contrario, es decir, cuando lo que influye no es la compasión sino la manía o la desaprobación, en este caso, hacia un escritor, y les pongo el ejemplo de Saramago y su “Ensayo sobre la ceguera” que lleva años en mi biblioteca y no me animo a leer por la ideología tan radical del autor que siempre le ha llevado a justificar las dictaduras de izquierdas, pero, en cualquier caso, todo esto es inocente y no tiene ninguna importancia salvo la leyenda que tú mismo te haces en tu imaginación.
Lo malo es cuando la compasión que sientes hacia alguien no la sabes manejar bien y te distorsiona la realidad y no actúas de manera racional y coherente y, al final, te arrastra hacia una situación en la que tú mismo puedes terminar hipotecando tu propia fortaleza, y como tampoco se trata de tener el corazón de corcho, la difícil virtud está en mantenerse en esa línea tan sutil a la que alude NRQ, porque tan fácil es traspasarla ayudando al compadecido como hacerlo para aniquilarlo.

Noumenadas dijo...

En un día como el de hoy está bien que recuerde al gran Johannes, Doña Louella. Para servidor, el más grande de todos los músicos. Teniendo en cuenta, además, que el Romanticismo es el rubicón. Después de ello, todo lo que ha habido, hasta ahora, es declive puro. Permítaseme el maximalismo.

Es tiempo de no renegar del pasado, sino de volver a sus buenos fundamentos, que permanecen indelebles.

Tasmania dijo...

Vaya! menudo paseo me he "pegao".

Desde la vía del Quirinale, disfrutando de la hermosa obra de Bernini, sus fuentes, sus iglesias, sus esculturas... y, de repente, me encuentro perdida en el centro de Roma pensando en las víctimas de la política y la política victimista...