Buscar en este blog

lunes, 27 de diciembre de 2010

Ístina

Cierto N, es tiempo de regalos... He recibido algunos este año muy especiales. No, no por Navidad -en casa también somos de Reyes Magos- sino regalos porque sí, porque hoy es hoy, como dice ese anuncio. Libros, hermosos libros.

Ayer estuve desvelada un buen rato y ojeé uno que ya he leído pero que al que me gusta volver, Nabokov. Nabokov y Tolstoi... !qué puede ser mejor¡

Como saben, porque lo he confesado cientos de veces, una de mis muchas obsesiones son las palabras. Como a Tolstoi le obsesionaba el proceso de búsqueda más que el descubrimiento fácil, a mí me obsesionan las palabras, su significado, su rima... me gustan las esdrújulas, mucho... Bien, les decía que releía a Nabokov y encontré un pasaje que me había gustado en particular, trata sobre la palabra rusa ístina.

Ístina significa "verdad esencial", no "verdad" a secas, sino "la luz interior de la verdad" ¿Sabían que ístina es una de las pocas palabras de la lengua rusa que no se pueden rimar? No tiene pareja verbal, no tiene asociaciones verbales, está sola y distante, sin más que una vaga insinuación de la raíz "estar" en la oscura brillantez de su roca inmemorial.

Y dice Nabokov que "la mayoría de los escritores rusos han puesto un tremendo interés en descubrir el paradero exacto y las propiedades esenciales de la Verdad. Para Puskin era de mármol, bajo un claro sol; Dostoyevski la veía como cosa de sangre y lágrimas y política histérica y banal y sudor; Chejov mantenía sobre ella una mirada enigmática, mientras aparentaba estar absorto en el brumoso paisaje de alrededor. Tolstoi se fue directamente hacia ella, con la cabeza baja y los puños cerrados, y encontró el lugar donde la cruz había estado en tiempo, o encontró... la imagen de sí mismo"

Cierto N, es tiempo de regalos y también tiempo de verdades.

8 comentarios:

Noumenadas dijo...
Este comentario ha sido eliminado por el autor.
Noumenadas dijo...

Esta entrada de hoy es verdaderamente paradigmática. Muy buena.

Yo, sin embargo -no me duele en prendas decirlo, querida Tasmania- tengo una profunda aversión a las palabras. En mis conflictos con la gente, siempre lo llevo a gala. En el último -que tanto me desestabilizó- fueron precisamente las palabras, las viles cómplices de una rata traicionera y portadora de las peores y más infectas iniquidades (sí, otra psicópata). Y ella -falsa como pocas- confiesa rendir un culto a la palabra, aún superior a la supuesta abducción judía de la que se quiere sentir víctima y verduga, para enredar y enmierdar instintivamente.

No; prefiero la fotografía. Me parece más verdad. Y Barthes -gran adalid de los vocablos- lo sospechaba.

Pero una cosa no quita la otra, Tasmania. Me siento muy atraído por quienes dicen amar "de verdad" el poder de las palabras, como cosa complementaria, desde la voluntad de hacer bien con su inteligencia. Porque a mí también me interesa la Verdad. Y vivimos tiempos en que la Verdad, como la Bondad, no son precisamente de esas cosas que -como dicen los políticos- haya que "poner en valor".

Tasmania dijo...

Pero Juante, querido, las palabras no son buenas o malas, es el uso que de ellas se hace lo que produce aversión o apego...

Puedo retorcer el lenguaje hasta darle la vuelta a tu cabeza o puedo usarlo limpiamente, buscando el significado exacto, el matiz brillante, la palabra perfecta.

Noumenadas dijo...

Bueno, pues nada, querida Tasmania: practicaremos más con las palabras, usándolas "comme il faut".

Louella Parsons dijo...

A mi también me gustan las palabras, querida Tasmania.

Decía una amiga mía que era una pena que la Verdad quedara en muchas ocasiones grabada en hielo, en vez de mármol, y que terminara todo derretido y olvidado.

Hablando de palabras, el otro día descubrí (la verdad es que nunca me lo había planteado) que el nombre del Canal de la Mancha deriva del nombre francés "La Manche", o sea, "manga", brazo de mar.

Y me acordé de algo tan tonto como el nombre de la receta Rape a la Americana que, en realidad es "Rape a l`Armoricaine", o sea, de la región de la Armorique, en Bretaña.

Y de ahí, me fui a "Mambrú se fue a la guerra..." que en realidad era el conde de Malbrough.

Usos divertidos de las palabras.

He frivolizado un poco pero me ha encantado su entrada de hoy, querida.

Artanis dijo...

Veo yo este post suyo, Dña. Tasmania (me he permitido, por cierto, saludar desde la Argos, en la jornada de hoy...) vinculado al de hace unos días en que nos inquiría vd. acerca de si conocíamos a algún mentalista.

¿No es acaso un escritor, mejor escritor, cuánto más le acerquen sus facultades a un buen mentalista? Trabajando con polisemias, dobles sentidos, palabras tenues, palabras voraces, palabras caníbales, palabras fugaces, palabras redentoras, palabras hipnóticas, palabras -al fin y al cabo- que han de señalar un camino unívoco, si el escritor sabe y tiene fe en lo que escribe, ¿no es éste un mentalista que lleva al lector por el camino que le traza? ¿Puedo, pues, lanzar el órdago de que se reflexione acerca de la capacidad crítica del lector para no ser guiado, cual oveja, ni por el mismo Lev Tolstoi?

Tasmania dijo...

De eso se trata Artanis, de mantener siempre una mirada crítica, ante León o ante uno mismo, igual da.

Joseph Conrad (que sé que es uno de sus favoritos) en una larga misiva enviada a otro escritor amigo (del que no recuerdo el nombre) le decía algo parecido a esto -no recuerdo las palabras exactas y tengo a Nabokov en casa-

: Recuerdos a su esposa, cuya traducción de Karenina es espléndida... La obra en sí no la tengo por gran cosa, lo que acrecienta más el mérito...

No puedo perdonarle a Conrad ese comentario, esa gracieta sobre el gran León... un hombre robusto de alma inquieta, que vivió toda su vida desgarrado entre su temperamento sensual y su conciencia hipersensible.

El León hombre es tan fascinante como su obra... sus apetitos le apartaban a cada paso de aquel tranquilo y rústico sendero que llevaba dentro -y que anhelaba seguir- con la misma pasión con la que el vividor -que también habitaba en su interior- ansiaba los placeres de la carne.

Tasmania dijo...

De eso se trata Artanis, de mantener siempre una mirada crítica, ante León o ante uno mismo, igual da.

Joseph Conrad (que sé que es uno de sus favoritos) en una larga misiva enviada a otro escritor amigo (del que no recuerdo el nombre) le decía algo parecido a esto -no recuerdo las palabras exactas y tengo a Nabokov en casa-

: Recuerdos a su esposa, cuya traducción de Karenina es espléndida... La obra en sí no la tengo por gran cosa, lo que acrecienta más el mérito...

No puedo perdonarle a Conrad ese comentario, esa gracieta sobre el gran León... un hombre robusto de alma inquieta, que vivió toda su vida desgarrado entre su temperamento sensual y su conciencia hipersensible.

El León hombre es tan fascinante como su obra... sus apetitos le apartaban a cada paso de aquel tranquilo y rústico sendero que llevaba dentro -y que anhelaba seguir- con la misma pasión con la que el vividor -que también habitaba en su interior- ansiaba los placeres de la carne.