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jueves, 23 de diciembre de 2010

Kitty Genovese

En 1964, en la ciudad de Nueva York, un hombre asesinó a una mujer llamada Kitty Genovese, acuchillándola brutalmente en la calle. La mujer luchó contra su atacante, gritó pidiendo ayuda durante cerca de 35 minutos. Pero nadie acudió en su auxilio. Posteriormente 38 vecinos de la mujer informaron que habían presenciado el crimen y escuchado los gritos. Sin embargo, no hicieron nada por ayudarla.

¿Por qué nadie trató de defender a Kitty? Seguro que piensas que si tú hubieras sido vecino suyo sí la habrías ayudado. Cuando escuché por pimera vez esta historia pensé: ¿Pero cómo es posible que nadie hiciera nada? ¿Qué les pasó a esas personas? ¿Qué probabilidad hay de que esos 38 individuos fueran insensibles hasta el punto de no preocuparse por una mujer a la que estaban asesinando ante sus narices? Muy poca. La historia de Kitty Genovese ilustra el punto central de la psicología social: el comportamiento de los demás influyó poderosamente en la conducta de cada uno de los vecinos de Kitty. Hoy, 25 años después, aún me cuesta encajar la historia.

Algún tiempo después y trabajando las diversas teorías sobre el altruismo, un grupo de alumnos hicimos los siguientes experimentos:

Muy cerca de un grupo de personas, uno de nosotros, algo distanciado, dejaba caer al suelo cinco monedas y actuaba como si no se hubiera dado cuenta. El resto del equipo debía fijarse cuanto tiempo pasaba antes de que alguna persona le ayudase. También debían observar detenidamente a todas las personas, sus gestos, sus miradas... y recordar todos los detalles posibles de cada uno de ellos.

En un lugar público uno de nosotros simulaba que tropezaba y que caía. El grupo, desde lejos, debía hacer la misma observación que en el ejercicio anterior.

Fue divertido y encontramos reacciones inesperadas. Se trataba de reconocer si la ayuda recibida (si es que se recibía porque en muchas ocasiones no hubo auxilio, incluso percibimos cierto desdén) provenía del intercambio social (quid pro quo) de la teoría del egoismo (y tú qué me das) o de la genética (somos así)

Y podríamos seguir horas y horas con este asunto pero sólo les recordaré una cosa más: En 1986, Crowley descubrió que las mujeres reciben más ayuda que los hombres, y que las mujeres atractivas reciben más ayuda que las que carecen de atractivo. El parecido también es importante a la hora de echar una mano. Es importante e injusto.