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martes, 14 de diciembre de 2010

Tolerancia intelectual

Admitir que uno tiene opiniones y que la verdad puede estar en el otro conlleva una concepción positiva de la tolerancia.

Si en el ensayo la opinión y el error se convierten en piedras angulares para la relación del hombre con la verdad, entonces la tolerancia se convierte en una actitud positiva. Normalmente la tolerancia se considera en sentido negativo como aquella actitud que nos lleva a aguantar al otro en la medida en que no podemos vencerlo o no podemos imponerle nuestra verdad. De acuerdo con esto la tolerancia sería el resultado de no tener más remedio que aguantar al otro en la medida en que el otro es impermeable a una verdad que yo no puedo imponerle, porque mis argumentos no consiguen hacer mella en él, o porque nuestras fuerzas físicas están tan igualadas que no puedo eliminarlo sin correr el riesgo de que él me elimine primero a mí.

Ahora bien, cabe una noción positiva de la tolerancia enraizada en esta intuición seminal del ensayo. Yo me reconozco a mí mismo y a mis opiniones y considerándome sometido al error son éstas opiniones y este estar sujeto al error los que me permiten orientarme hacia la verdad. Por eso las opiniones y errores de los otros no pueden ser considerados como algo condenable. Por el contrario, las opiniones y los errores de los otros son el complemento imprescindible de mis opiniones y errores de cara a la búsqueda conjunta de la verdad.

Si esto es así, entonces el valor del otro consiste, precisamente, en que también tiene opiniones y está tan sujeto al error como yo, o dicho en positivo, en que esas opiniones del otro pueden acercarse más a la verdad o ser más verosímiles que las mías propias. Hasta tal punto una opinión, sea mía o de otro, se convierte en un valor en sí que Montaigne no tendrá reparos en mantener que “toda opinión es lo bastante fuerte como para comprometerse con ella al precio de la vida”

Así pues, la tolerancia, lejos de ser una actitud pasiva con respecto al otro, se convierte en un valor positivo. El diálogo, que sólo pudo nacer en una sociedad democrática como era la ateniense, se convierte de este modo en la piedra angular de cualquier sociedad que pretenda ser democrática; pues, al fin y al cabo, los templos de la democracia, los parlamentos, no deberían ser otra cosa que aquellos lugares a los que se va a dialogar, no porque los parlamentarios se sientan limitados por la verdad.

Si, por el contrario, las opiniones del otro coinciden exactamente con las mías (en cuyo caso no se las vería como tales opiniones, sino como la misma verdad) entonces el diálogo se hace innecesario para orientarnos conjuntamente hacia la verdad. Así, pues, la justificación misma del diálogo no es la sintonía en las opiniones de los interlocutores, sino justamente la falta de sintonía.

Este fundamento de la tolerancia consistente en que, puesto que uno tiene opiniones más o menos bien fundadas, es razonable pensar que las opiniones de los demás estén tan bien fundadas como las mías propias, lo tematizará Montaigne para convertirlo en pieza central de su idea de tolerancia:

“Yo pienso tener las opiniones buenas y sanas pero, ¿quién no lo cree también de las suyas?

6 comentarios:

Noumenadas dijo...

Ja, ja. Lo de la "fuerza física" tiene su gracia y su gran parte de razón verdadera.

Sin embargo, existe la Verdad como única y Universal. En las escuelas de Periodismo, a eso lo llaman "objetividad". Y existe, aunque nadie se acerque a ella y, mucho menos, en Apaña. De ahí, el dicho:
"La verdad es la verdad, dígala Agamenón o su porquero."

La Quinta de Beethoven es una obra excelsa, sobre todo si la interpreta Abbado con la Filarmónica de Berlín. Es una "verdad" universal. Y la gente que es mala o buena, lo es en "verdad", por mucho que Emilia Marty, la del "caso Makropulos", se obstine en cantar aquello de "no hay placer en ser bueno, ni en ser malo."

Tasmania dijo...

Bueno Juante... ser malo en ocasiones merecidas sí encierra algo de placer ¿no crees?

Noumenadas dijo...

Pues sí, Tasmania, sí que lo creo, en verdad. Sobre todo cuando se trate de un acto justamente expiatorio.

Unknown dijo...

La verdad, como las leyes de la naturaleza, son relativas y más complicadas de lo que pensamos, por la propia limitación de nuestro pensamiento y de nuestra circunstancia.
Entender la mecánica cuántica o la teoría de la relatividad no es taréa fácil después de haber asumido la física de Newton, que funciona a nivel humano, y ahí reside la grandeza del pensamiento y de los pensadores con verdadera tolerancia intelectual, siempre abiertos a otras ideas.
Que no comprendamos un concepto, una idea, no significa que no sea verdad; pero tratando de comprender aprenderemos nuevas cosas y matizaremos las ya sabidas, porque las personas somos una mezcla de sabiduría y estupidez, bondad y maldad, oscuridad y luz...
No existe la verdad absoluta, únicamente fragmentos de verdad y falsedad que configuran la paradoja de la vida: Prohibido prohibir.

Louella Parsons dijo...

Me he acordado de un artículo de Aurelio Arteta en el que denunciaba
el totalitarismo de la opinión, es decir, aquella situación en la que todo lo moral y político es opinable y que todas las opiniones tienen el mismo valor.


Hannah Arendt: “El objeto ideal de la dominación autoritaria no es el nazi convencido o el comunista convencido, sino las personas para quienes ya no existen la distinción entre el hecho y la ficción (la realidad de la experiencia) y la distinción entre lo verdadero y lo falso (es decir, las normas del pensamiento)”.

La tolerancia tiene sus límites, querida Tasmania, y lo difícil es saber dónde situarlos.

Uno de los eufemismos que más gracia me hacen es el de tolerancia cero. Nadie se atreve a decir ¡¡Intolerancia!!

Unknown dijo...


¡GRATIS ESFUERZO DELETREADO, HERMAN@ DEL PLANETA!

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ASÍ SERÁ