Cada vez que estamos en esta parte del círculo vicioso en que los políticos han convertido nuestras atribuladas vidas, no puedo dejar de pensar en la Edad Media y en aquel diez por ciento que había que pagar al rey sobre el valor de las mercaderías que iban de un sitio a otro. También el diezmo fue la décima parte de los frutos que los fieles pagaban a la Iglesia.
Actualmente, el diez por ciento en impuestos se ha quedado chico. Las tributaciones al Reino español y a la superestructura de Reinos europeos soprepasan muy de lejos ese porcentaje que da connotación tan negativa al legendario impuesto estamental. Personalmente me sitúo junto al argentino y liberal Carlos Rodríguez Braun en su imposible cruzada contra los impuestos.
Imposible porque el poder todo lo puede y nunca dejará de usar como arma política -con la "trampa" de la "devolución" a los menesterosos- ese siniestro y coercitivo mecanismo de dilapidación de los fondos públicos, del que se aprovechan leoninamente los recaudadores inflacionistas. Los ciudadanos, por su lado, a fuerza de ser engañados con el sonsonete de "pagar el estado del bienestar que nos hemos dado" y, por supuesto, respondiendo al estímulo del amedrentamiento, pagan religiosamente, sin rechistar y sin pedir rendimiento de cuentas, los impuestos que les impongan, por abusivos e injustos que sean, que lo son prácticamente todos. Aquella impulsiva y anecdótica llamada a la rebelión de la Presidenta de Madrid, Doña Esperanza Aguirre, ha caído en aguas de borrajas. Entre otras cosas porque su adecuada invocación supondría dejar de coger el coche a partir del próximo 1 de julio y eso no lo va a hacer nadie. Más bien, habrá mayor circulación y mayor tasa de ocupación de hoteles que, si no, al tiempo. En épocas de vacas flacas, la gente consume más en ocio, precisamente para ahogar sus penas.
Reveladoras fueron en ese sentido las declaraciones recientes de una edil socialista de un pueblo de Jaén, cuando dijo que "no es verdad que haya crisis, la gente sigue llenando los bares, hay mucha actividad y todo el mundo viaja en coche a todas partes". Hubo protesta formal de la oposición por tales palabras, que pasaron sin pena ni gloria. Sin embargo, ese vicio del pueblo llano, consistente en otorgar por callar, consumir aunque no se pueda ni tenga (hacer de la necesidad, virtud) y ver televisión basura para demostrar su ínfima preparación cultural, es lo que pone siempre a la "casta" política a la vanguardia, que no a la retaguardia. Cuanto más se les da a los políticos, más quieren. Es un simple acto reflejo de los dominadores sobre sus esclavos.
Y es un verdadero estado de esclavitud en el que nos movemos, desde los municipios hasta la Europa dirigida por Obama. En mi urbe rural andaluza existe un oligopolio de cuatro vividores, amparados por el Ayuntamiento que, en comandita con la Diputación de Cádiz, pasan al cobro recibos de impuestos que diezman a la esquilmada población. Lo gracioso es que, además de trincar ambos organismos, impiden que se les pague directamente, derivando a los usuarios, con los perjuicios ocasionados, a los entes bancarios "amigos", para que estos también se froten las manos. Pagar por pisar cacas de perros; por llevar el coche al taller constantemente ante los daños ocasionados por badenes y firmes en mal estado; por carecer de servicios municipales en tu carísima zona residencial; por aguantar suciedad, ruidos y botellonas en los parques. ¡Ah, pero eso sí!: pagar también por los ordenadores "lenovo" (IBM) más caros del mundo, que el Ayuntamiento ha comprado para gestionar sus tropelías, pagar por las moquetas, sociedades municipalizadas inútiles como el cementerio de elefantes con sueldos blindados llamado "Promoción de la ciudad"; pagar por las comilonas de varias vueltas al mundo al año (un alcalde que estuvo 25 años presumía de cenar siempre opíparamente en una de las Torres Gemelas); pagar el "canon" de una instalación deportiva, produciendo aumento insostenible de déficit; tener al Ayuntamiento en quiebra técnica, con sus lujazos, sus cochazos y sus sueldazos... Pero, cómo no: no tener para pagar la nómina de las limpiadoras y los conductores de los autobuses, mes tras mes, a menos que venga Zapatero con algún plan "e" sacado de su manga ancha y de su inmoralidad recalcitrante.
miércoles, 2 de junio de 2010
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
6 comentarios:
Estimado amigo Juante,
La redistribución de la riqueza siempre ha sido uno de los principios básicos de la Hacienda pública, y desde un plano teórico, está bien planteado. Que cada uno aporte de manera proporcionada a lo que tiene para poder financiar entre todos aquellos servicios comunes necesarios para vivir en sociedad.
El problema actual (en realidad, no tan actual, que viene de antiguo) es la incoherencia. Predicar por un lado la necesidad de ajuste, el aumento tributario y demás medidas económicas tradicionalmente impopulares, en aras de "arrimar el hombro" y "Esto lo arreglamos entre todos" mientras, por otro lado, los ciudadanos ven (bueno, aquellos que se molestan en mirar un poco) cómo los políticos que nos gobiernan no hacen el menor esfuerzo por dar ejemplo empezando por ellos mismos. Y así se suceden viajes 'ostentóreos', vestuarios que hacen palidecer, coches oficiales, sueldos que no bajan,... Les adjunto un ejemplo reciente.
Mientras tanto, y al mismo tiempo, tampoco los ciudadanos que se molestan en mirar encuentran que aquello que pagan se les devuelve en forma de los servicios públicos anteriormente mencionados. Servicios públicos de calidad, se entiende. De calidad equivalente a lo pagado, claro.
Eso sí, en la ciudad dormitorio residencial de la capital de España donde resido, las rotondas y medianas de las avenidas están cuajadas de petunias, begonias y pensamientos, que se reponen puntualmente cada mes, antes de que lleguen a marchitarse.
Es lo que se ve, no lo olviden.
Hayek en "Camino de servidumbre" ya mostró cómo los colectivismos parten de principios que tratan de anular los derechos individuales para sacrificarlos en el altar del colectivo. También advirtió que éstos colectivismos conducen a la sociedad al caos y a la miseria.
Otro aspecto interesante de este autor es el referido a que ni el socialismo puede funcionar ni tampoco podrá hacerlo un Estado que interfiera en la formación libre o espontánea de las instituciones propias de nuestra civilización. Se refiere al mercado, al lenguaje... cuestiones esenciales por perdurar en el tiempo al funcionar correctamente.
Pero ya se sabe, la defensa del orden espontáneo siempre encuentra oposición.
Y por si quedaba alguna duda, yo me considero liberal y estoy de acuerdo en gran parte con Hayek, Nobel de economía en los 70.
Otro tipo buenísimo es mi amigo Carlos Rodríguez Braun
Me parecen muy interesantes las aportaciones de ambas.
Pero vaya por delante mi alineación incondicional con Doña Tasmania. Es curioso cómo la progresía se mofa de una palabra tan noble y humanista como "liberal". Y ya no es tan curioso, sino que se ha asumido globalmente como "falsa" solidaridad colectiva el hecho de que un alcalde "coquetee" con lo más granado del Mundial de motos, so pretexto de que los pobres estén protegidos en sus barracones barriaderos por cientos de badenes destartalados, flanqueados por contenedores multicolores de basura y jardines de cemento y setos demagógicos. Una inmoralidad sin límites de unos cuantos prepotentes sátrapas y mediocres, descansa debajo de ese hecho.
Lo malo es que al pueblo le gusta la idea de que unos pocos sometan a la mayoría, no desde lo que dicen que van a hacer, sino de lo que aprovechan mediante el engaño y la pillería oficilalizada. La estimación de si eres tonto o listo, según lo pájaro que seas, es la que rige los destinos de la mayoría. Por ejemplo, Camps es tonto por lo de los trajes. Y, por el mismo motivo, multiplicado por mil, De la Vega es listísima (tengo una compi que la vería hasta de sustituta de Zp.)
Hay un truquillo que todos sabemos, para que ellos y ellas se perpetúen en sus poltronas maravillosas. Consiste en hacer y deshacer una calle, verbigracia, ad náuseam. O vender el tranvía, o cambiar de color y de marca unos autobuses que no caben ni por la calle ni por el carril habilitado al efecto. Por lo visto en Veo, la alcaldesa de Hospitalet se lleva la palma en comilonas, regalos a la canalla, viajes y lujos asiáticos:
Desayuno con diamantes de Nuria Marín y sus periodistas agasajados
Desde el punto de vista de la gente, es una buena edila, porque "hace cosas", ya que si no hiciera nada, es decir, que sólo pagara el alumbrado, el cementerio y un asfaltado de calidad de las calles, habría que tirarla a la basura.
Una "carga" pública más esa edil querido Juante.
Así es, mi querida Tasmania. Una carga tan pública como impúdica.
Publicar un comentario