Es sábado y hace un día precioso. Tengo que ir a la ciudad y he estado pensando en lo poco que me apetece meterme entre el denso tráfico, los aparcamientos atestados, la gente corriendo apresurada, haciendo sus recados... pero me toca.
Y ha sido esa pereza que necesariamente he de vencer la que me ha llevado hasta la idea -reiterada mil veces por mil autores- que algo debemos haber hecho muy mal para que escapemos de las ciudades porque tenemos -tengo- la sensación de que no están construidas para las personas.
Creo en la capacidad individual del ser humano. Creo en su capacidad de fortalecerse haciendo equipo. Creo que las ciudades deberían ser territorios inteligentes que sirvieran a ese objetivo.
Un territorio inteligente es aquel con capacidad para dotarse de un perfil propio apoyado en sus singularidades y sus componentes de excelencia. Un perfil competitivo para las actividades económicas, equilibrado socialmente y sostenible, duradero en el tiempo, con capacidad para cambiar y adaptarse a sus ciudadanos.
Hoy resulta fácil detectar los déficits o los aspectos que funcionan mal en nuestras ciudades, pero resulta muy difícil e incierto, en un contexto de limitación, cuando no de inexistencia de recursos, identificar proyectos de futuro de carácter estratégico por los que una ciudad en concreto debe apostar.
Los territorios inteligentes son también aquellos con capacidad para aprender de la experiencia y de las innovaciones de otras ciudades. Learning from cities.
Bueno. Debo conducir quince kilómetros hasta llegar a la ciudad. Entonces emplearé tres o cuatro horas en hacer las mil cosas que una familia no puede hacer durante la semana. El trabajo, el colegio, el trabajo el colegio.... ah y el trabajo, que me olvidaba.
Después confío en disfrutar del único territorio inteligente que me queda cerca. Mi casa.
sábado, 19 de junio de 2010
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3 comentarios:
Lo hemos hecho mal todo, querida y admirada Tasmania. Bueno: ellos lo han hecho así de mal.
La ciudad es insufrible. Yo acabo de pagar 178 euros de impuesto (terrorista) por tener un coche y 380 euros del primer semestre (para Septiembre me espera otra igual), de IBI, por soportar las caquitas de los perros y las litronas rotas en las aceras mal rotuladas y peor mantenidas.
¿Hay derecho?
Eso sí: mi ciudad está trufada de badenes de plástico deformes y con los tornillos fuera, sobre todo en los barrios "bajos", que son la mayoría. En los sitios de gente "bien", supuestamente votantes del PP, las aceras están levantadas, el asfalto no se renueva desde hace 30 años y el aspecto de descuido es total.
Y también: hay cantidad de gente trabajando para el Ayuntamiento, con contratos blindados de 5.000 euros mes, que ¡no dan un palo al agua!
¿Qué hemos hecho mal?: creer en este sistema corrupto y podrido.
Al final estamos replegados en nuestras cavernas, como el hombre primitivo.
Yo siempre me he sentido muy urbanita, pero me pasa con las ciudades como me pasa con los políticos; prefiero los de fuera.
Viví en NYC y en Boston y esas dos ciudades me enamoraron y creo que fui un buen habitante y ellas fueron buenas anfitrionas conmigo. Pero he ido a Roma incontables veces igual que a París y, como con Londres, me da la sensación de que no me sentiría realmente cómodo allí como ciudadano. Bueno, que a todo se acostumbra uno y poder visitar Sant Andrea al Quirinale cada día que quiera debe ser una experiencia impagable.
Lo que sí es cierto es que el sitio en que mejor, más cómodo y que podía ser por sí solo la ciudad que necesito es, por supuesto, el barrio dónde aún viven mis padres
El problema está, como siempre, en la falta de reflexión. Nunca sabemos a dónde queremos ir pero iniciamos el camino con la seguridad de conducirte a puerto.
Las ciudades deben perseguir tanto la calidad de vida como su desarrollo, pero ojo, sólo si somos conscientes de que una ciudad sólo puede encontrar soluciones de futuro a partir del momento en el que sabe lo que quiere ser.
¿Qué es lo urgente y qué lo importante?
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