En ésta se ve con claridad -y a poco que se reflexione- la clasificación de cualquier sujeto (¿o sujeta?) en las dos casillas de avanzados y retrógrados de las que les hablaba el otro día, y se explica el que ocupe ambas casillas en diversos aspectos de su vida.
Tocante al honor padecemos una preocupación o superstición arraigadísima, algo atenuada por la adoración del dios éxito, del poder, de la fuerza.
Al honorable, al bueno en una ocasión, se le considera tal en toda ocasión y siempre.
Al criminal, al incorrecto, al malo, se le supone siempre lo mismo en todo.
Ni creemos en la posibilidad de la enmienda ni aceptamos la verdad de que los hombres son honorables y buenos en unos aspectos de la vida y malos e incorrectos en otros. Por ejemplo, ayer mismo Pedro J. justificaba a ZP como un hombre bueno, que se equivoca, pero siempre bien intencionado (?)
Yo calificaría de santo, santo humano, santo civil, independiente de toda idea religiosa al hombre bueno, al hombre de honor que fuese modelo de corrección en todos los actos de su vida; y llamaría demonio al hombre malo, que fuese criminal o incorrecto en todas sus acciones.
Dudo que haya ni santos ni demonios entre los hombres, pero no por eso debemos torturarnos... digo yo. Al clasificarnos en las casillas de buenos y malos todo lo más a que podemos aspirar es a que el sujeto examinado figure más veces como bueno que como malo y a que los aspectos buenos sean de más importancia y trascendencia que los malos.
No voy a citarles lugares comunes, miles hay pero sí mencionaré que frente al dinero, el gran corruptor de las conciencias, especie de ácido fluorhídrico de los cristales del honor, los hombres completamente honorables abundan en los asuntos gordos de la vida, pero en los lances menudos del trato social aquéllos en que sustraídos a la mirada de las gentes nos hallamos en la soledad de la conciencia, el honor es ya más escaso.
Abundan personajes de honor exageradamente puntillosos en casi todos los actos de su vida que, habiendo jurado (o prometido, ojo) por su Dios (si lo tiene) y por su honor(?) guardar y hacer guardar la Constitución, roban votos y falsean las leyes con la misma desvergüenza que los golfos garbean lo que pueden para comer, como si el honor electoral y el honor político no fuesen aspectos varios del honor personal, único e indivisible.
Seamos pues, muy severos con nosotros mismo y muy tolerantes con los demás.
3 comentarios:
Aunque entiendo y comparto todo lo que expresas en este magnífico repaso a eso tan innato (en sus tres gradaciones), permíteme -cara Tasmania- que retoque la última frase:
"Seamos severos con nosotros mismos, pero muchísimo más severos con los demás".
Bueno, no. Ahora en serio. La conclusión no puede ser otra que la de la entrada de hoy. Pero claro, lo que fastidia es la terrible evidencia de que el sentido del honor de cada quién depende única y exclusivamente del "inmanentismo" de cada quién. Y, por mucho que te avisen de que has de andarte con cuidado ante la probada maldad de los seres humanos, siempre se está en peligro de caer en sus redes, si de por sí uno se muestra generoso y confiado a la hora de "tolerar". No tropezamos dos veces con la misma piedra: ojalá fueran sólo dos.
Y sólo hay una opción, para no dejarse tentar por el dudoso honor de los demás: ver buenas películas.
Bueno mi querido Juante, creo que su conclusión es tan válida como la mía... ¿no estamos hechos todos de azúcar y sal?
Una amiga mía, M, estuvo con un hijo suyo en comisaría porque éste había robado no sé qué.
M, por supuesto, estaba indignada con su hijo, furiosa y preocupada. El policía, al verle en ese estado de enfado, le dijo:
Bah!, no se preocupe, son cosas de chavales.
En ese momento, la indignación de M se multiplicó y me contó que pensó con tristeza en el hijo de ese policía.
Lo peor llegó después cuando la asistente social o psicóloga que le asignaron le dijo lo mismo en parecidos términos.
Mi amiga no daba crédito y sintió una enorme soledad al comprobar que se encontraba sola con un hijo problemático y que la sociedad no le podía ayudar sino que era ella quien debía hacerlo. Como así ha sido.
Robar es robar. Ya sea un euro o un Banco entero. Ya sea cuando tienes 16 años o eres adulto.
Muchas veces, el problema empieza por no saber lo que es el honor y la honradez.
Al final, lo de siempre. No hay educación en valores.
De todas formas, es cierto que ninguno somos perfectamente virtuosos pero al menos, debemos reconocerlo y exigirnos serlo en todo momento.
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