Y pensé en la pintura, en los retratos y en el alma humana.
De la filosofía de la pintura les diré lo poquísimo que me alcanza, más allá de lo sublime que me hace sentir en ocasiones. Simplificando, simplificando, verán, creo que en un retrato hay una sola cosa que debe decidir si el retrato es bueno o malo: los ojos, mejor dicho, la mirada.
Todo lo demás lo pueden hacer bastante bien todos los pintores, pero el quid divino de la inspiración artística brilla con los resplandores del arte cuando el pintor sabe penetrar en lo más recóndito del alma del sujeto retratado por el examen y disección, si así puede decirse, de la mirada.
Si no se conoce a fondo o se adivina el alma del sujeto, si no se provoca la excitación de sus pasiones dominantes no se logra que aparezca el alma en los ojos del retratado. Si no tiene el pintor el don de ver y de sentir las vibraciones misteriosas del alma que aparecen en la mirada, si en el preciso momento en que un relámpago de pasión alumbra los ojos del retratado, si no se siente inspirado el pintor y tiene la habilidad de fijar en el lienzo las luces de tal relámpago, el retrato será mediano o malo, uno de tantos.
Entiendo que un buen retrato necesita una especie de cópula espiritual honesta o deshonesta para que la obra de arte tenga vida.
Por eso creo que hay muy pocos retratos aceptables. Lo probable es que sean una especie de fotografía en color, un cromo o cosa tal en que los encajes, los pliegues del vestido, las carnes, el peinado, recuerden con exactitud a la persona retratada, pero para examinar bien el retrato hay que prescindir de todos estos detalles, colocarse en la dirección misma, única, que señalen los ojos del modelo, mirar entonces exclusivamente a los ojos y entonces, si descubren ustedes en ellos algo indefinible, la sensación de estar vivo el sujeto, de estar hablando con los ojos del poema de sus pasiones y de sus luchas en la vida, entonces guarden el cuadro o su recuerdo como la joya de más precio y den ustedes al artista el homenaje de su admiración, porque no hay medida para el mérito de una creación.
Les dice esto una iletrada en arte, que aprendió en sus años de instituto la belleza de las cosas y que después la universidad la apartó de un mundo al que sólo había asomado la nariz.
3 comentarios:
En los buenos retratos también podemos encontrar un rastro del alma del artista, porque esa vida que los grandes pintores logran dar a sus retratados es, en definitiva, fruto del encuentro de dos almas.
Y nos dejan los artistas a veces un secreto. Un secreto que sólo pueden desvelar aquellos que conocen bien al sujeto retratado.
Generalmente algún detalle que nos habla de sus perdiciones, de sus anhelos, de sus mentiras...
Bienvenido Gulliver. Gracias por dar un salto a esta humilde zódiac... navegamos a la estela de la Argos
Yo también alcancé en el bachillerato mi culmen de conocimiento y contemplación de la pintura. Incluso me atreví a pintar retratos en varias técnicas. Fue marchar a la Universidad y... adiós momentáneo al Arte con mayúsculas. Pero me dio por la fotografía y ahora sí que presto especial interés a las miradas de los retratos fotográficos. Hay grandes retratistas como Cartier-Bresson, Helmut Newton o Bernard Plossu. Es cierto que la cara es el espejo del alma, pero también que el alma no sólo se proyecta a través de una mirada concreta más o menos repetitiva, y aún menos de las palabras, sino de un halo o aura que debe envolver a la sincera actitud de cada cual. Y hay poco de eso, creo yo.
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