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jueves, 8 de julio de 2010

triunfo

Nunca he sido futbolero. Es más, me repatea del fútbol (irónico, ¿verdad?) que sea un deporte que pueda tener como resultado un empate a 0. Es como si a la competición le quitaras su esencia; el logro y la victoria. Por tanto, lo que más me gusta del fútbol son los resúmenes y montajes con goles y celebraciones, donde sientes ese cosquilleo especial que he sentido cada vez que Jordan se levantaba del suelo. Pero si hay algo que siempre sigo con atención son las competiciones internacionales. No los partidos internacionales clasificatorios, sino esas tres semanas de selecciones nacionales jugando entre sí por algo más que una rutina semanal y en las que van cayendo hasta quedar una que levanta el trofeo. Es como si estuviera uno metiéndose emociones por vena y cuánto más avanza la competición más esperas de ella y más te da. Luego quedan imágenes en el recuerdo como Batistuta celebrando con rabia un gol, Zidane agarrando la copa del mundo con una sonrisa que demostraba el "al fin" de un éxito conseguido, los italianos, tan bien peinados siempre, celebrando exultantes mientras el resto del mundo se pregunta ¿cómo ha sido esto?, penalties parados, besos al escudo y a la camiseta en la celebración de un gol… en fin, gloria. Gloria identificable.
La misma gloria que recuerdo de las victorias de Biondi en la piscina, la entrada de Donovan Bailey en la final de los 100 metros lisos en las olimpiadas de Atlanta o el exultante Brett Favre no ya ganando una SuperBowl, sino volviendo a acariciar el cielo con los Vikings cuando nadie daba un duro por él. O, por supuesto, Jordan otra vez al encestar "The Shot" en los playoffs del '89 ante los Cavs.


En fin, esos momentos en los que sientes que su triunfo, en cierta medida, lo vives tú, porque el deportista transmite tanto y de forma tan poco pudorosa o tímida, con una actitud que es todo exteriorización, que no puedes por menos que pensar que debe ser lo más grande del mundo ser él en ese momento. Y les envidias porque están tan expuestos a esa posibilidad tan a menudo que cuando uno mismo tiene sus triunfos, grandes o pequeños deseas vivirlos con la misma intensidad y mostrar la misma exteriorización. Es importante sentir el triunfo, especialmente cuando tardas en reaccionar porque te estás preguntando "¿eso lo he logrado yo?". Éste es un muy buen punto para comenzar el siguiente logro.

5 comentarios:

Unknown dijo...

Los deportistas de élite son un ejemplo de esfuerzo y superación constantes. Una clara prueba de que el trabajo y la disciplina en el dominio de una técnica producen resultados sorprendentes. Si a ello unen señorío y ‘fair play’ (como es el caso de nuestro Rafa Nadal) se convierten en un ejemplo a seguir, sobre todo para nuestros niños. Y está bien que así sea, pues encarnan y personifican esos valores que nos esforzamos en inculcarles precisamente por eso, por ‘valiosos’.

Nosotros, simples mortales, meros lidiadores de la vida cotidiana, también buscamos conseguir nuestros triunfos, pequeños o grandes. Cuando emprendemos proyectos o ponemos en marcha ilusiones, sean personales o profesionales, lo hacemos con empeño, con ganas de que salga bien. Nos esforzamos, lo perseguimos, salvamos los obstáculos, reconfiguramos el plan previsto, damos otra oportunidad a quien nos hirió, seguimos adelante,… Y al final, a veces, llega. El logro genera en nuestros cerebros emociones positivas, derivadas de la creación de las llamadas ‘hormonas del placer’ (dopamina, endorfina, vasopresina y oxitocina) que nos proporcionan bienestar y sentimiento de felicidad. Es, evidentemente, adictivo. El peligro de sobre-activar los centros de recompensa del cerebro para producir estas sustancias, ya sea de manera química (drogas) o psíquica (anhelos cada vez más fuertes por algo, que nos llevan a querer alcanzar metas cada vez más altas) es real, y hay que tener un buen dominio emocional de uno mismo para saber cuándo parar. Y poder hacerlo. Aceptando con ello que no es posible sentir placer de manera ininterrumpida.

El neurólogo y catedrático de psicología de la Universidad de Nueva York Joseph LeDoux llama a esto “la tiranía de la felicidad”:

”Creo que uno de los problemas con el concepto de la felicidad es… que esa sensación de no poder salir a la calle y agarrar la felicidad hace sentirse mal a la gente. Una buena vida depende en cierta medida, inevitablemente, de las emociones negativas… Necesitas un contraste para poder disfrutar de una buena vida.”

Louella Parsons dijo...

La verdad es que es una sensación maravillosa notar cómo te llegan dentro las emociones de alguien que ha triunfado. Es conmovedor y a veces, hasta te hacen llorar. Notas no sólo que pequeñita parte de ese triunfo es tuyo sino que descubres que sentimientos como la empatía, la cercanía o el cariño los sientes hacia esa persona ganadora.

Pero cuando los pequeños triunfos son de uno mismo, mostrar las emociones ya no es tan fácil porque o no sabes muy bien calibrar la magnitud del logro o porque, como dice NRQ, ”tardas en reaccionar” y cuando lo haces, ya no tiene sentido exteriorizar nada.
Otras veces, habiendo logrado un objetivo, te preguntas si hiciste todo lo que pudiste o si en realidad, no te costó mucho esfuerzo, con lo cual, tampoco hay razón para el entusiasmo, otras, te dices que cumpliste con tu deber…..no sé, creo que en la mayoría de los casos necesitamos tiempo y cierta distancia para asimilar o reconocer nuestros triunfos o quizás sea nuestra timidez, inseguridad, miedo a un próximo fracaso,…los que nos hacen permanecer bastante apáticos ante el logro de un objetivo. Al menos, en mi caso.

Unknown dijo...

Dos reflexiones que me he dejado esta mañana en el tintero.

Es importante interiorizar los logros para reafirmarnos y construir nuestra autoestima. Conseguir aquello que parecía difícil o, incluso, inaccesible, nos refuerza y proporciona la base necesaria para saltar al siguiente escalón. Para seguir creciendo, en definitiva. Por eso, D. Nrq, no vale sólo con la sorpresa de ‘¿esto lo he hecho yo?’ (que, sin duda, a veces se produce), sino que hay que creérselo, felicitarse por ello (uno mismo, sí, Dª Louella; no es necesario -aunque sí bonito- que los demás lo hagan) y continuar en la brecha.

Los que hemos sido fruto de una educación muy estricta tendemos a considerar simplemente 'nuestro deber' el logro de los objetivos marcados y, por tanto, no solemos atribuirle ningún mérito. Sin necesidad de hacer una fiesta flamenca por cada paso adelante que uno da, hoy considero que es importante celebrar los éxitos y afianzarnos en lo logrado para continuar. O para lanzarnos al próximo proyecto con un elemento fundamental en la mochila: la seguridad de que podemos hacerlo. Saberse capaz es muy grande.

Nrq dijo...

... pero debemos posicionarnos en los ejes con dos variables; éxito y reto. Si tenemos ambos "lo he hecho?" debe ser el desencadenante del siguiente reto. Si sólo nos movemos en el éxito es porque tenemos dominada la técnica y, aunque con resultados, no avanzamos

Unknown dijo...

Item mas. Lo que cuentan Uds. de la emoción que siente uno cuando ve triunfar a nuestros deportistas tiene (también) una explicación científica. Los humanos, al igual que algunos primates, estamos dotados de las llamadas ‘neuronas-espejo’, que nos incitan a reaccionar ante cualquier emoción ajena con una emoción similar. Es por ello que ante alguien que llora, tendemos a sentirnos tristes. Y también cuando alguien irradia alegría o buen humor, influye positivamente en nuestro estado de ánimo. Este contagio emocional es una reacción instintiva (no racional) que experimentamos a diario sin darnos cuenta.

La segunda lectura que tiene este hecho es el enorme potencial que encierra. Cuando una persona matiza y controla sus emociones negativas y se dedica de manera consciente a fomentar las positivas, no solamente se beneficia en primera persona de ello, sino que actúa como un potentísimo agente transformador del entorno que le rodea.

Ahí se lo dejo.