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viernes, 23 de julio de 2010

El ciudadano Sócrates

De entre todos los proyectos que ha emprendido el ser humano, la aventura de la ciudadanía ha sido la más arriesgada y la más sorprendente. Quizá esto pueda sonar a exageración, teniendo en cuenta las cosas raras que el hombre se ha empeñado en hacer a lo largo de la historia: viajar a la luna, obsesionarse en ganar guerras mundiales...

En verdad que, a primera vista, no hay nada que parezca excepcional en el hecho de que seamos ciudadanos. Se trata, simplemente, de que en tanto que ciudadanos de, por ejemplo, España, tenemos determinados derechos y deberes (unos más que otros, tengo la impresión) y podemos votar cada cierto tiempo a quien queremos que nos gobierne. Nada de esto es sorprendente ¿no es cierto?

Sin embargo, toda nuestra existencia ciudadana está levantada sobre un misterio. Podemos hacernos una idea del enigma si nos fijamos en cómo comenzó, para el ser humano, la historia de de esta aventura de la ciudadanía. La historia de la filosofía había comentazado ya con un tropiezo del que ya les he hablado El pozo de Tales o el slot de Taz con la caída de Tales de Mileto.

La aventura de la ciudadanía comenzó, también, con un tropiezo, pero esta vez de la humanidad entera. Por algún motivo, una democracia, la ateniense, consideró necesario condenar a muerte a un ciudadano de setenta años, llamado Sócrates, cuyo único delito había sido ir todo el rato por ahí preguntando a la gente qué era un zapato (curioso ¿no?) Es cierto que Sócrates también preguntaba, por ejemplo, qué es la virtud, pero eso, ahora, es lo de menos. Lo importante es que lo único que hacía era preguntar.

Sócrates, en efecto, no enseñaba nada en especial, porque, tal y como él solía decir, lo único que sabía era que no sabía nada. O sea, que nada podía enseñar. Pero, ojo, eso sí, no paraba de preguntar qué es un zapato, qué es una virtud, y cosas así.

Pues bien, es con este enigma con el que comenzó para la humanidad la aventura de la ciudadanía. Con este enigma y con esta ignominia: la condena a muerte de un anciano que no había hecho más que preguntar. Si Atenas hubiera sido una dictadura, si la muerte de Sócrates se hubiera debido al capricho de un tirano, la cosa no tendría nada de sorprendente. Lo extraño es que Atenas era una democracia y, además, es el modelo de referencia de lo que solemos entender por democracia. ¿Condenaríamos nosotros a muerte a un viejo que andara por ahí preguntando qué es un zapato?

La pena de muerte, me dirán, ni siquiera está reconocida en nuestra Constitución. Ahora bien, ¿no creen que tenemos motivos para pensar que si ese viejo preguntara de la misma manera y con la misma insistencia que Sócrates, nuestra democracia encontraría alguna manera de condenarle a muerte (aún figuradamente) aunque para ello tuviera que hacer una reforma constitucional o incluso que sacrificar la Constitución?

Y ahora los deberes. ¿Qué tenía de especial la forma de preguntar de Sócrates? ¿Por qué resultó insoportable para la democracia ateniense?





7 comentarios:

Jujope dijo...

Me viene a la memoria retiniana -mi querida Tasmania- el momento en que un periodista le lanzó un zapato a la jeta de Bush hijo.

Me imagino qué pasaría si otro periodista (el mismo sería harto improbable), le arrojara un zapato al careto cretinamente autocomplaciente de Zapatero. Muy probablemente -al contrario de lo que piensa cierta derecha- los acólitos incondicionales del bobo solemne se lo pensarían dos veces y, en la próxima, ya no lo votarían.

Ahora, con respecto al dilema. Supongo que el pueblo se rebeló contra el gran Sócrates, por su irritante impertinencia, por salirse de lo políticamente correcto de manera tan "procaz". Por poner en tela de juicio eso de la virtud inexistente. Vamos, como en Apaña, sin ir más lejos, pasa con los discrepantes.

Unknown dijo...

¿Ud. cree, D. Juante?

Porque si es tan fácil estoy por ir yo misma y resolver esto de una buena vez.

Claro que, entonces, estaríamos de nuevo en este debate que nos traemos entrada tras entrada, las cuales van pasando como los vagones de un tren sin que lamentablemente lleguemos a una conclusión satisfactoria.

¿A quién ponemos? ¿Lo construimos? Bueno, ya saben...

Tasmania dijo...

Genial Patricia... más que pasando los vagones parece que vamos enganchando uno más cada entrada... tiene toda la razón.

Yo creo que la pregunta de Sócrates era una pregunta trampa y visto lo visto, además de filósofo era un visionario que sabía más de lo que decía...

Jujope dijo...

No se crea, Doña Patricia. A veces, un gesto brusco pero simbólico, opera en los correligionarios cierta sensación de desconfianza, por mucho que nos resulte chocante y contraproducente. Es el efecto boomerang, que los progres e izquierdosos en general saben emplear como nadie. Acuérdense de lo último contra Berlusconi, o del mismo zapatazo que indico. A un personaje tan grotesco como Zp -sin desear mal a nadie- lo que le hace falta es que le arrojen tomates: como a los malos actores.

Louella Parsons dijo...

Querida TASMANIA:

”De entre todos los proyectos que ha emprendido el ser humano, la aventura de la ciudadanía ha sido la más arriesgada y la más sorprendente.”

Me ha encantado su frase, la verdad.
Y me he acordado automáticamente de la asociación Proyecto Hombre (y perdonen que desvíe un poco el tema)

El funcionamiento de PH es complicado y abarca factores psicológicos, sociales, familiares….pero hay algo que me gustaría resaltar aunque sea de forma resumida y superficial y es su método de convertir PH en una pequeña sociedad donde el toxicómano debe aprender a vivir.
El drogadicto que llega a PH es ya persona sin autonomía, sin capacidad para tomar decisiones y sin poder asumir ninguna responsabilidad y, por tanto, incapaz de vivir en la sociedad.
Esta persona entra en el más bajo escalafón de esta sociedad a pequeña escala. Trabaja en lo que le digan, normalmente en los trabajos más desagradecidos y duros y así está un tiempo hasta que demuestre que cumple con su deber, con su pequeña responsabilidad, . Si no lo hace, no puede pertenecer a PH.
Después de un tiempo se le van encargando otros trabajos con más responsabilidad y ya con alguien por debajo de él, y va subiendo los peldaños de esta sociedad. Y así sucesivamente. Cada vez más responsabilidad, más toma de decisiones y más gente bajo su mando a quienes deberá dirigir y responder por ellos.
Una vez llegados a lo más alto, se supone que estas personas ya son suficientemente autónomas y responsables como para salir ahí fuera, a la otra sociedad.

Es una aventura cuya duración depende de cada persona pero, fíjense, hay casos en los que algunas de estas personas, llegadas a este punto en las que ya se consideran autónomas y listas para afrontar su ciudadanía, deciden no salir. ¿Miedo, inseguridad, ….? Supongo que un poco de todo. Y lo que hacen entonces es quedarse a trabajar en PH formando a los nuevos drogadictos que entran en PH.

Louella Parsons dijo...

He oído esta tarde a Gabriel Albiac hablar sobre el agradecimiento y fíjese, doña TASMANIA, qué casualidad, ha hablado de Sócrates y puede que haya contestado a sus preguntas.

Decía Albiac:

¿Qué debe agradecer Platón a Sócrates, qué heredó Platón de Sócrates?

El principio básico de la interrogación que es el principio básico de la libertad.

Tasmania dijo...

Grande Albiac y grande usted, mi querida LOUELLA